Oriol Pujol, el hijo del que fuera Cacique Mayor de la taifa catalana durante 23 años; el que ha irrumpido en la política más por ser hijo quien es que por lo que es; pivot del talibanismo de los jóvenes convergentes, acaba de situar al president de la Generalitat, Artur Mas, y a su propio partido, en una situación de incomodidad, por segunda vez.
Primero, quizá creyéndose estar en un club privado y selecto de su clase, y para hacerse el interesante ante sus amigos, declaró que la Generalitat lo tenía crudo para poder satisfacer las nóminas de los funcionarios en breve, lo que equivale decir que está en bancarrota, con las repercusiones que semejantes declaraciones irresponsables pueden tener. Para corregir tal largueza de novato, el portavoz del gobierno catalán, Francecs Homs, ha tenido que salir a desmentirlo.
Y por segunda vez, yendo por libre y sin tener en cuenta el cierto equilibrio institucional que Mas intenta mantener, el nene, hijo del amo, se ha posicionado a favor de la independencia, y dice que irá a votar sí, en la mascarada de referéndum en Barcelona, sin tener en cuenta que en ese equilibrio de Mas y de CiU, también está el confundir a la gente, muy propio del pujolimo; y no le conviene a CDC, y tampoco a Unió, unos días antes de las elecciones municipales, aparecer como independentistas; sino en la ya clásica ambigüedad de la derecha catalana patriotera, pero sin que se note. La pela es la pela, y ésta no conoce de identidades más allá de las del poder. Y en ello están.
Cabe pensar que a estas alturas, Mas debe estar arrepentido de haber colocado al repelente niño Vicente, capaz de avergonzar al jefe ante las visitas, quizá por imposición. Porque en la empresa de papá, hay que hacerle un hueco al hereu, y aceptar que meta la pata, sin que nadie se atreva a contradecirle. Porque discreción y tablas políticas, lo que se dice discreción, no tiene muchas la criatura. Quizá su padre debiera darle un cursillo acelerado, para que, mientras tanto, sepa comportarse y no alborote al gallinero.
U. Plaza
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