lunes, 3 de marzo de 2014

"ESTADOESPAÑOLENSES"

La burguesía catalana, en algunas cuestiones constituyó un ejemplo de modernidad para otras zonas de España. Sin embargo también tiene muchas sombras, algunas de ellas que son verdaderas tinieblas terroríficas. 

La burguesía catalana fue la inventora del pistolerismo en los años 20, que hacía matar a los dirigentes obreros que osaban pedir mejores condiciones de vida. Para lo cual contó sin ningún tipo de escrúpulos con el gobierno de España, a la sazón el gobierno de la monarquía de Alfonso XIII, abuelo del actual jefe de Estado. El gobierno de la monarquía encargó tan provechoso cometido para esa burguesía, a un personaje de triste memoria, llamado Martínez Anido, que puso en marcha lo que se conocía como  ley de fugas, es decir el asesinato de los detenidos a los que se les dejaba en libertad, para inmediatamente ser asesinados por unos sicarios a las órdenes de Martínez Anido, sin que tuvieran que verse obligados a hacerse cargo de juicio alguno, ni siquiera una parodia de juicio. Todo esto en beneficio de esa burguesía, de modos suaves en apariencia que, como tantas veces, se apoyaría en lo más negro de la reacción de la España obscura para reprimir a “sus” trabajadores, cuando éstos exigían mejores condiciones de vida. 

Recordemos que cuando los trabajadores catalanes llevaban a cabo una huelga muy dura, fueron sus compañeros madrileños los que se solidarizaron con ellos, saliendo a la calle al grito de “solidarida con nuestros compañeros catalanes”. Y “Soltar vuestras sucias manos de los trabajadores catalanes”. Ningún problema tuvo aquella burguesía en pedir siempre que la necesitó ayuda al gobierno de “Madrit”, si de lo que se trataba era de que sus intereses estuvieran bien guardados, y reprimiera a “sus” trabajadores que podían limitar, aunque fuera poco, sus pingües beneficios sacados de la brutal explotación.

La burguesía catalana, llegado el momento, apoyó sin fisuras el golpe de Estado de Franco, sus banqueros y su Iglesia, con toda su influencia y dinero. Muchos de sus componente se fueron a Burgos para darle aliento y apoyar al golpista, con cuyas tropas entrarían para hacerse cargo de todos los resortes del poder, ataviados de uniformes falangistas, y dispuestos a “poner orden”, que ya sabemos en qué consistió ese orden fascista. Y renombrados miembros de esa burguesía, como explica Esther Tusquets en sus libros, conocidos por todos por su trayectoria franquista, salieron a la calle brazo en alto saludando al “salvador” de sus intereses, dándole la bienvenida y poniéndose a su entera disposición, para la represión  incluida. 

Esa burguesía ocupó la parte del Estado franquista que la administración necesitaba, siguiendo al pie de la letra la ideología del nuevo régimen, expulsión de la lengua y la cultura  catalanas incluidas; llegando al extremo de que, para congraciarse con el dictador dejaron hasta de hablar catalán en sus casas, educando a sus cachorros en el amor a la patria… española, naturalmente. Y poniendo el retrato del dictador en lugares visibles, mostrándose orgullosos enseñándolo a sus visitas de cierto relumbre.

Muchos, en ese arte de modificar la historia por medio de la manipulación, que se les da de maravilla a los nacionalistas, sean catalanes, españoles, o de cualquier otro lugar,  llevan, en el caso catalán más de 35 años modificando la historia. Aunque todo el que quiera saber puede encontrar fuentes que le informen, lo cierto es que a la mayoría de los catalanes, manipulados desde la escuela, pasando por  los medios goebbelianos de sus televisiones y su prensa subvencionada con dinero público, hace que cale la mentira oficial. Y que haya gentes honestas que crean de verdad el discurso del régimen de la derecha nacionalista y corrupta. Y que en este caso la difundan hasta los partidos que originalmente se consideraban de izquierdas; y hasta las cúpulas de los sindicatos,  bien instaladas en el discurso de la derecha nacionalista, como lo exteriorizan cada vez que salen a la calle con los símbolos de ésta, como estandarte.

La burguesía catalana, que es maestra en crear mitologías y en reinventar la Historia para amoldarla a sus intereses, fue parte integrante del terror fascista, no víctima, como la manipulación pretende hacer creer. Y no es que dejara hacer por temor, es que era parte fundamental del régimen del 18 de julio instalado en toda España al que ayudaron a traer. La burguesía nutrían los cargos en los ayuntamientos, los gobiernos civiles, y todo cuanto fue necesario, incluidos centros culturales, que naturalmente eran controlados para que nada se escapara al control del régimen. Eran los jefes de Falange. No fue necesario que vinieran “tropas de ocupación” como han dicho después, y le han enseñado a repetir a varias generaciones de jóvenes, para que cuajara el discurso final que esa derecha nacionalista necesita para defender sus negocios, como antes repetía para  defender el franquismo.

Porque, aunque hoy esa burguesía ha pasado un tupido velo, gracias a la colaboración de estómagos agradecidos, de muchos charnegos acomplejados, sí han inventado sorprendentes historias. 

Ahí están todavía las hemerotecas que dan fe de quiénes dirigían Cataluña, con nombres y apellidos. Tanto es así, que se deshacían en elogios cuando el dictador les hacía el favor de visitar Cataluña, perdiendo el culo para ver quién de ellos era el primero en nombrarlo “alcalde honorífico”, de sus ayuntamientos, y en aparecer fotografiados junto al dictador donde, es ocioso decirlo, todo lo oficial se hacía en castellano, sin que tal cosa les preocupara lo más mínimo. Igual que ahora, pero al revés. No se opusieron ni reivindicaron el derecho a la cultura catalana frente al dictador. En todo caso pesó más sus negocios que sus escrúpulos. No hubo un solo gobierno que no estuviera compuesto por notorios ministros catalanes de las clases dominante.

La dictadura fue muy larga para los trabajadores que  la sufrían por toda partes; por el hambre, la miseria y la represión. No lo fue para la burguesía que estaba muy bien provista y tenía libertad, la libertad de los ganadores de la guerra, exactamente igual que los caciques de otros lugares de España. Naturalmente, como en todo, siempre hay honrosas excepciones particulares, dignas de ser tenidas en cuenta. Pero fueron eso, excepciones que confirmaban la regla. Y muchos de éstos, tuvieron que vivir en el silencio, y en el mejor de los casos en un exilio interior. Exactamente igual que lo tuvieron que hacer algunos de aquellos intelectuales de otros lugares de España que, sin ser izquierdistas ni nada que se le parezca, consideraban que aquel régimen brutal y terrorífico, que no admitía nada que no fuera sus directrices ideológicas, y que era enemigo de la cultura, no era el suyo. A veces por razones muy diversas. 

Cuando el movimiento obrero alcanzó un nivel de cierta importancia, la burguesía catalana que no pierde ripio para defender sus intereses, sin tener en cuenta ningún tipo de escrúpulos, empezó a labrar su porvenir, tras la muerte del dictador. Y algún sector de esa burguesía, que no toda ni de lejos, empezó a despojarse de la boina falangista y dejó de cantar el Cara al Sol; se caló la barretina y empezó a aprender de nuevo la letra de Els Segadors, que empezó a cantar donde le interesaba que los vieran u oyeran, para así tener una pátina de demócratas. 

Para lograr toda esa metamorfosis de colaboradores con la dictadura a "demócratas de toda la vida", necesitaron que algunos de los dirigentes de la izquierda –de los comunistas, y los sindicalistas, que entonces éramos la misma cosa, pues no había nada más en la lucha digno de tales tareas, por mucho que después salieran en tromba “luchadores” asegurando que lo eran–. 

Aquella burguesía, con sus avales de demócratas pudieron cabalgar hasta la muerte del dictador como defensores de la democracia (hay que decir que algunos se mantuvieron firmes hasta mucho después, siendo fascistas, que luego engrosarían las listas de los más granado de las organizaciones políticas del nacionalismo, ahora furibundos nacionalistas catalanes).  

Aquellos nuevos “demócratas” con salvoconducto y avales de los dirigentes de la izquierda, naturalmente iban a lo suyo. Y como lo cortés no quita lo valiente, cuando no estaban reunidos haciendo política, estaban dedicados a su negocios. Y si en estos había algún conflicto provocado por los “insaciables obreros” que pedían mejores condiciones de vida, sabían perfectamente disociar sus devaneos y puestas en escena como “luchadores por la democracia”, de sus empresas. Y si era necesario ¡faltaría!, llamaban a la guardia civil o a la policía para que interviniera “para solventar el conflicto, por intolerable”. Eso no les disminuía ni en lo más mínimo “su fe democrática”, a los ojos de algunos dirigentes políticos y sindicales, que ya habían vislumbrado el futuro, como pitonisas por rastrojos, observando lo amables  y educados que eran algunos de aquellos millonarios que aceptaban que pisaran sus caras alfombras, y hasta se dejaran tutear, en un no va más de igualdad y campechanería. Una maravilla de integración social.

Hacia fines de los años 60, en un cenáculo de aquello que se llamó Consell de Forces Polítiques de Catalunya, en el que había más siglas que personas, con la excepción del PSUC, único partido existente como tal, algunos de aquellos participantes decidieron que a partir de entonces había que eliminar el nombre de España del léxico habitual porque no se correspondía, según ellos, para su proyecto de futuro y para la nueva trayectoria que querían darle al futuro catalán. Y a partir de entonces la palabra España estaba proscrita; y se hacía coincidir de alguna forma como sinónimo de franquismo. A partir de ese momento había que eliminar el término España  del lenguaje, y le llamarían “el Estado español”.

 ¡Aleluya! España, a partir de entonces se la había inventado Franco. Y los que hasta hacía tres cuartos de hora habían sido franquistas, e incluso algunos que los seguirían siendo bastante tiempo después de la muerte del dictador, en una conversión nada súbita, sino muy meditada, como hay que hacer con los negocios, habían decidido que eso de llamar España a España, era malo para los mismos, los negocios que en definitiva han sido siempre lo importante para ellos. 

También ahora; o mejor dicho, ahora más que nunca porque han de disfrazarlo hasta de democracia. Y todo lo que antaño decían abominar, ahora es el hilo conductor y guía de sus quehaceres de mercaderes. Y como hicieron entonces apoyando al franquismo, sus manipulaciones y fabricantes de fanatismos –antes franquistas y ahora igual con otro pelaje– de gentes de buena fe, siguen intacta. Si durante la dictadura la adhesión necesaria era la España eterna, falangista y fundamentalista católica, ahora es la identidad y la opresión del Estado español, olvidándose interesadamente de que ellos son parte de la misma oligarquía, que ha dominado los resortes del poder, desde hace 200 años o más, y especialmente durante la dictadura franquista, que ayudaron a traer y a sostener. 

Para los que somos de izquierdas, aquello, viniendo de la burguesía no era en principio ni bueno ni malo, allá ellos, habría que decir. Es su estrategia y sólo cabe combatirla con ideas democráticas. Pero el resultado fue que desde entonces todo bicho viviente congraciándose con los ahora nacionalistas catalanes, decidieron imitarlos; y desde entonces todos, y no sólo en Cataluña, sino en todas partes, y por influencia de la izquierda que lo ha popularizado, y mientras más de izquierda se considera el sujeto aún más; todo dirigentillo, o tertuliano o cualquier otra cosa que se refiera a España, dice esa estupidez de “el Estado español”, dando por bueno el discurso de los antiguos franquistas, hoy nacionalistas catalanes. 

Así resulta que cuando Dolores Ibárruri, José Díaz, Manuel Azaña, Negrín, Julián Grimau, Miguel Hernández, Alberti, César Vallejo (“Si España Cae…”) y tantos y tantos republicanos que hablaban de la defensa de España contra el fascismo; las Brigadas Internacionales que vinieron a defender las libertades en España, los miles de libros escritos, hablando de España y la lucha de los trabajadores, sus mujeres españolas que fueron heroicas defensoras de sus derechos como mujeres, trabajadoras y Españolas, estaban en un error. Estaban defendiendo un país que no sabían su nombre.

Por el capricho de una burguesía que fue franquista y que hoy se dice nacionalista catalana, y que lo cambiaría por cualquier otra cosa que garantizara sus negocios –por el seguidismo, por no llamar traición y  pusilanimidad de la izquierda– decidió que había que borrar el nombre de España; la izquierda lo hizo suyo para contentar a la derecha catalana que no es ni mejor ni peor que el resto de la derecha española, porque es la misma. Y hasta sesudos y “modernos” profesores universitarios de la llamada izquierda alternativa, con cambios más estéticos que éticos, lo sueltan sin el menor sonrojo por su estupidez. Y son capaces de departir con algunos de los representares de esa burguesía, como algo diferente a la derecha española, considerándolos una burguesía moderna oprimida por el “centralismo españolista”. 

En un programa de TV por internet, en el que se debaten cuestiones de actualidad y con orientación de izquierdas, fue invitado Ernesto Maragall, después trasmutado en Ernest –tras salir del PSC al que había ayudado a hundir, porque este partido empezaba a corregir de alguna manera su desastre nacionalista–, como lo haría su hermano Pascual antes de ser Pasqual. Se le dio el trato de representante de izquierdas catalán. ¡Alucinante!, dirían los jóvenes. Ernest, fue conseller de enseñanza en el Tripartito amontillado. Y apoyó a la escuela privada con dinero público. Esta izquierda alternativa es la que dice tener un proyecto diferente al de la izquierda clásica. ¡Aviados estamos!

Y hoy resulta que el patrimonio del término España se lo ha apropiado la derecha más trabucarie e indecente y corrupta como el PP y allegados. Se le ha dejado en sus manos. Y la izquierda, real o supuesta, sigue con la cantinela de “el Estado español” para no llamar a las cosas por su nombre, no sea que a la derecha nacionalista catalana no le guste y nos llamen franquistas. Y podemos decir que, por ejemplo "ha habido una reunión entre trabajadores de Alemania, Francia, Grecia o de cualquier otro sitio…  y del  Estado español".  Y ningún  prohombre de altas y muchas letras  de izquierdas corrige semejante dislate. Y se han podido  oír cosas como la siguiente:

“Unos familiares de víctimas del franquismo, que fueron a reunirse con la jueza que lleva su caso, a Argentina, procedentes del Estado Español”. La noticia la dio un relevante tertuliano, profesor, y miembro de la izquierda, que dice que es alternativa, para más burla. 

Hace un tiempo la revista seudo histórica catalana, Sapiens, con tintes de dudoso rigor, por no decir que alimenta lo ultra –con barretina, claro–, traía un reportaje en el que se afirmaba que unas 400.000 personas pasaron del Estado español al Estado francés. Lo que venía a decir que unas 400.000 personas, funcionarios, se supone, habría pasado a la administración de Francia. Porque el Estado, es todo el engranaje administrativo y su organización. Desde el cartero, el policía, el ejército, los ministros,  la Sanidad pública, los enseñantes etc. Pero por lo visto España es el único país del mundo en el que su nombre se sustituye por el de la administración del Estado. Porque a nadie se le ocurre llamar a Francia el Estado francés, salvo que efectivamente se refiera a cuestiones del Estado, propiamente. Y si en este caso lo escribieron fue porque así interesaba a los nacionalistas catalanes. Y ya se sabe, si una cosa no tiene nombre, desaparece, no existe. O esa es la intención.

Así que los que  creíamos que éramos españoles, además de catalanes, valencianos o andaluces, pongamos por caso, resulta que somos estadoespañolenses. Hace poco en un intercambio de opiniones en un periódico que dice ser de un partido comunista, de reciente creación, sin conocerme de nada uno de los intervinientes me llamó “facha espanyolista” porque dije, mucho más resumido algo parecido a lo escrito aquí. Y se quedó tan satisfecho. 

Ubaldo Plaza