domingo, 13 de noviembre de 2011

¿DEMOCRACIA? ¿QUÉ DEMOCRACIA? (VI)


El sistema actual, al que llaman democrático, ni siquiera es capaz de asumir el enunciado que proclama. De ser las elecciones formalmente democráticas, habría alguna posibilidad, si más no, de lograr meter una cuña contra los intereses oligárquicos defendidos por los partidos que defiende su sistema, principalmente el PSOE, PP y CiU. Pero eso no es posible con los mecanismos establecidos. Y para hacer que así sea lo tienen muy pensado y previsto: el banquete es de ellos, de unos pocos y no se permite la entrada a los pobres. Si acaso, sólo a algunos, que lo que en realidad harán será justificar y dar carta democrática a un sistema que no lo es, a un sistema corrupto. Y, naturalmente, a los que se sienten encantados de que los tengan en cuenta, para lo cual se ponen a su entera disposición.

Así que han creado toda una serie de filtros que hacen imposible la verdadera participación ciudadana en la vida política. Son muchas, algunas  escandalosamente claras; otras ocultas para la mayoría de la población, desinformada. Incluso aunque estén a la vista muchas personas no las ven, se creen el discurso de que cuando van a votar deciden algo importante con su voto, porque todos deciden en democracia.

 Pero es falso. Porque han decidido por su cuenta, sin contar con los electores, que para presentarse a una elecciones sean necesarios toda una serie de requisitos, a todas luces  antidemocráticos; porque quien debe decidir si alguien merece ser representante de los ciudadanos han de ser éstos con sus votos. Impedir que alguien pueda ser candidato de forma arbitraria y sin consultar con los ciudadanos,  en una cacicada que sólo beneficia a los que disfrutan del poder y a sus servidores.

Aquellos partidos aceptados arbitrariamente para que participen en las elecciones, como otro filtro, se han inventado que los repartos de los tiempos de propaganda electoral en los medios públicos–pagados con dineros público, pero al servicio de los grandes– sean dispares. Se hacen en función de la representación lograda por cada uno en las anteriores elecciones ¡hace cuatro años! No como debiera ser, en sentido democrático, que todos partieran de cero, con las mismas posibilidades. Con lo que es prácticamente imposible que los partidos que intentan renovar y limpiar el sistema, puedan llevar al conocimiento de la opinión pública sus programas. La endogamia del sistema está asegurada. Y si a ésta se añade la no menor existente dentro de los partidos, el cuadro antidemocrático es completo.

Y además el Estado les da un montón de dinero– nuestro dinero– a los partidos del sistema para que hagan sus costosas campañas, sin olvidar los préstamos que tan generosamente la banca invierte en sus preferidos; es decir entre los más grandes, sin que el agobio para que los préstamos sean devueltos, si es que se devuelven, se parezca en nada al acoso que ejercen sobre el sufrido ciudadano en paro, al que despojan de su vivienda, o al pequeño o mediano empresario; además lo hacen con el apoyo de los becados políticos desde los gobiernos,  sea del de España o desde los de las taifas; e incluso desde la leal oposición, por no pagar la cuota de la hipoteca, por haber perdido el trabajo, o verse con problemas para cobrar facturas impagadas, muchas veces por la propia Administración. En definitiva, los banqueros, como los verdaderos amos, al ser tan desprendidos con los partidos que sostienen el régimen,  invierten sobre seguro, invierten para sí mismos. 

A los partidos emergentes, e incluso los pequeños que han logrado entrar el las instituciones con un gran esfuerzo, los prestamos no les llegan. Y si lo hacen, si acaso, con la exigencia de avales,  que ponen en peligro el patrimonio personal en el primer caso, y con exigencias de devolución muy gravoso en el segundo, quedando hipotecados eternamente; y naturalmente sin poder conseguir competir con los grandes. Sin olvidar que además de la propaganda que les otorga la antidemocrática ley, pueden recurrir a los medios privados, sólo con la condición de tener mucho dinero, del que dispones los elegidos, y del que carecen todos los demás; con lo que el disparate antidemocrático se ahonda aún más. Pero siguen diciendo que el sistema es democrático.

Los partidos del sistema después recibirán una cuantiosa cantidad de dinero, por escaño y por voto emitido a su favor. Los que no lo logren por esa ley tramposa y antidemocrática, aun teniendo cientos de miles de votos, no recibirán nada.

Han establecido que aquellos partidos o grupos políticos que hayan podido saltar las trabas anteriores para presentarse a las elecciones, pero  que no lleguen a un porcentaje de votos–entre el 3 y el 5% según elección–, ya de entrada no tienen derecho al reparto de escaños. Con lo que se puede dar el caso de que a un partido que tenga, por ejemplo,  dos millones de votos, no se le adjudique ni un solo diputado. Y justifican semejante cacicada decimonónica, propia de la Primera Restauración borbónica–en la segunda como vemos sucede igual–, con toda la desvergüenza que los caracteriza, para que el parlamento no se atomice. Con lo que, en nombre de la democracia, se cargan la propia democracia. Deciden que todos aquellos ciudadanos que han votados a esos partidos pequeños, hay quedar despojarlos de su condición de ciudadanos, toda vez que son anulados sus votos. 

Pero hay mucho más. El reparto de escaños se hace por provincias, con lo que a un partido de los pequeños le puede costar un diputado, si lo logra, ocho o diez veces más votos que a uno de los grandes. Cuando lo democrático debiera ser que todos los votos se sumaran. Porque después, en el parlamento todos valen igual. Porque todo el que no llegue al porcentaje decidido por los que controlan el sistema en cada provincia, no les servirán de nada. Es más se da el caso de que a un partido le falta un puñado de votos en una provincia para lograr un escaño, al tiempo que en otra le sobres muchos miles, sin que logre escaño en ninguna de las dos.

Además hay que tener en cuenta otra de las trampas antidemocráticas como es el de reparto de escaño por el sistema D´Hondt, que prima a los partidos grandes contra los pequeños, con lo que se hace también muy difícil romper esa  barrera. 

Después, tras la puesta en escena del día electoral, también los medios serán prácticamente un monopolio de los principales partidos. Con lo que la dictadura desinformativa está servida; ya que harán propaganda constantemente de las bondades del sistema, sin que nadie pueda competir en esa vorágine de la mentira planificada.

Y cuando ya todo el circo haya pasado, tras pedir el voto de forma teatral, y tras el despeje de los incómodos partidos que podrían ponerle trabas a sus manejos, los grandes partidos se pondrán por entero al servicio de los poderes económico, sin importarles lo más mínimo de que quienes les han votado han sido los ciudadanos y no los Mercados, como ya sabemos, dándole dinero público a la banca que, para enjugarlo, nos irán saqueando los servicios públicos, porque –dicen– que no hay dinero y hemos gastado demasiado–.

 Ese es el grado de moralidad de estos políticos de esto  que  llaman democracia, como estamos viendo. Porque  resultará que tras el recuento de votos,  un partido gobernará con un porcentaje ridículo, de menos de un cuarto del electorado–en torno al 22 % tiene CiU.

Como todos comprobaremos, tratarán de hablar del porcentaje emitido, no sobre el censo, y naturalmente olvidándose de que hay muchos ciudadanos que han votado a partidos pequeños– que quedarán ignorados de las informaciones–, que ellos, con su ley, han decidido que no son ciudadanos, ya que les han robado el voto, porque lo han emitido en favor de otros partidos que no son de los que dominan el tinglado de reparto de prebendas.  Incluso alguno de los que son víctimas del sistema, pero que han logrado meter la cabeza con algún escaño, se integran sin mayor problema, en lugar de dedicarse por entero a denunciarlo.

A pesar del escándalo antidemocrático que eso representa, se sienten con derecho a arrogarse la representación de la totalidad de los ciudadanos,  a hacer políticas salvajes, contrarias a la mayoría,  saqueándonos la Sanidad y la Enseñanzas públicas,  para hacer como ha dicho el inefable Conseller  Ruiz, el hombre al servicio de las entidades sanitarias privadas, que ha aconsejado a los empresarios invertir en la sanidad, porque es un buen momento para hacer negocio con la sanidad privada. Naturalmente, al mismo tiempo que están desmantelando los hospitales. O precisamente porque los están desmantelando y es un bocado sabroso para la especulación con la salud de los ciudadanos. 

Y todo sin que hayan mecanismos de corrección democrática–porque esto no se parece en nada ni siquiera a una democracia formal, no lo olvidemos– que los expulse del poder antes de que puedan destrozarlo todo. Y con esos porcentajes pueden liquidar nuestro patrimonio, no sólo sanitario y  cultural, sino   hasta malversarlo todo cuanto les venga en gana, vendiendo edificios centenarios.

Es evidente que cuando no hay democracia, hay que hacer algo para conquistarla, aunque sea una lucha larga y difícil. Por eso hay que tener en cuanta que en estas elecciones hay que participar, pero naturalmente sabiendo muy bien, y sobre todo, a quién no hay que votar. Todos sabemos quiénes nos han bajado los sueldos, quiénes nos han congelado las pensiones, quiénes nos están dejando sin Sanidad y Enseñanza públicas;  y quiénes están de acuerdo con los presupuestos militares para  guerras ajenas, de intereses ajenos, incluso para los propios ciudadanos normales de los Estados que se benefician de ella, los Estados Unidos o sus edecanes ingleses. Una guerra de los grandes especuladores del petróleo y de los que controlan el mundo a su favor.

Es importante poder mostrar y denunciar esta farsa   ya que la representación de los partidos que se erigen como ganadores, en realidad no lo son. Y que entre los votos a los partidos pequeños, los votos nulos y los blancos, además de la abstención, mucha de ella de ciudadanos cabreados, son porcentajes muy superiores a los conseguidos por el partido  que de inmediato nos hará la vida imposible.

Es más importante que nunca participar en las elecciones para dejar constancia de este hecho que pasa desapercibido por decisión de los medios. Hay que votar a aquellos partidos pequeños que mejor vaya con nuestras forma de pensar; y si no encontramos ninguno, votar nulo o en blanco. Y para el Senado, esa Cámara innecesaria y que nos cuesta una fortuna, en blanco; pues vótese lo que se vote, tampoco tendrá utilidad más que para    avalar unos cargos de una Cámara sin otra función que la de mantener unos cuantos personajes  incómodos en los partidos, colocados ahí para que no incordien, o que no se sabe dónde colocar, ¡pero a qué precio!  




Sigue en (VII)

U. Plaza