miércoles, 30 de abril de 2014

LAS LENGUAS, DE TODOS

Durante la dictadura franquista la enseñanza, de y en, lengua catalana estuvo excluida de la escuela y de la administración, como todos sabemos. Los trabajadores que empezábamos a tener sensibilidad contra las injusticias del régimen, luchábamos contra él, por conquistar las libertades –entre ellas la normalización de la cultura catalana–, en mi caso en el PSUC, que no lo diferenciábamos del PCE, digan lo que digan ahora algunos interesados olvidadizos. 

    El sentido común nos decía que era una barbaridad, una injusticia que los niños de lengua catalana no recibieran la enseñanza en su lengua materna. Y que los catalanohablantes estuvieran discriminados.

   Y siendo esto cierto, no lo era del todo. Porque cuando la dictadura imponía el castellano como lengua oficial única, estaba discriminando a toda la población catalana. A la catalanohablante, como era obvio, pero también a la que tenía el castellano como lengua materna. Porque privó a gran parte la población llegada  de fuera de Cataluña de conocer la lengua catalana, y su cultura, con toda normalidad, y no de oídas como la aprendió la mayoría de la gente, sin poder acceder plenamente a ella, que, además, la mayoría trabajadora; muchos sin la menor instrucción. Lo que constituía una doble discriminación: como trabajadores y como excluidos de todo.

   Por lo tanto, cuando se priva o limita el acceso a la enseñanza de una lengua que la habla todo, o parte de un pueblo, se está privando a TODA la población de su cultura, de su riqueza y de la aportación que ambas lenguas se hacen mutuamente. Y no se le está haciendo favor alguno a los que pudieran pasar, a priori, por “privilegiados”; todo lo contrario: todos pierden. Y esa situación se produce, cuando por razones extraculturales se politizan las lenguas para sacar beneficios políticos. 

  Porque ambas comunidades se empobrecerán culturalmente. Baste como ejemplo el penoso espectáculo que dio la señora Marta Rovira, en su comparecencia en el Congreso de los Diputados, al mostrase incapaz de hablar castellano correctamente. Lo que no deja de ser una muestra del verdadero nivel que adquieren los alumnos en castellano, al margen de la propaganda de los comisarios políticos de la Generalidad. 
   Sí, ya sabemos que algunos indepenentistas –no pocos de ellos, charnegos acomplejados–, se vanaglorian de no expresarse bien en castellano, como si de un valor añadido se tratara.

  Aquella injusticia del franquismo de mutilar la cultura, no de una parte, insisto, sino de toda la población, impidiéndole aprender una lengua, sea materna o no, le llamábamos entonces fascismo. Y era defendido por los prebostes de la dictadura de la burguesía catalana que hablaba castellano en sus casas. Hoy se le llama “soberanismo”. Y hasta hay organizaciones, presuntamente de izquierdas, que consideran que tal aberración, antes fascista, es hoy  “progresista”. Misterios del leguaje politizado.

   Porque también hay que recordar, que a la burguesía, la misma que hoy enarbola la bandera del “soberanismo” –y que recorta derechos como entonces– a la que les dan apoyo determinada izquierda, y hasta las direcciones sindicales, no le preocupaba ni poco ni mucho la cultura catalana. Su corazón estaba, como lo está hoy, más cerca de la cartera que de los emociones. Eso queda para el populacho en folclóricas manifestaciones. Las cuentas corrientes es lo suyo.

   La cultura y lengua catalanas eran defendidas entonces desde la clandestinidad y con mucho riesgo por el Partido de la clase obrera. Gran parte de la cual no entendía el catalán; o lo entendía de forma muy rudimentaria, porque vivía en los barrios obreros y sin servicios, al margen de la población de habla catalana, sin más contacto con ella que la que tenía en la fábrica, generalmente con el encargado que le daba las órdenes, a veces el único catalán que conocía, que naturalmente le hablaba en castellano.

Ubaldo Plaza