Una vez finalizado el circo de toda la puesta en escena de la campaña electoral, y el día de su culminación, en la que los políticos de los grandes partidos, beneficiarios del sistema, han dedicado algo más de su tiempo a los ciudadanos, para labrarse su futuro, sobre todo de los próximos cuatro años, ya no tienen necesidad de seguir la comedia. A partir de ahora, como es habitual, se olvidarán de los ciudadanos. Se acaba la comedia, empieza la tragedia.
Porque esto que llaman democracia no permite la participación ciudadana. Sobre todo en los grandes temas que nos afectan; todo quedará al libre albedrío de unos cuantos, a los que hemos votado, más o menos, aunque los votos hayan sido en el cómputo general una minoría muy escasa en el reparto, en unas elecciones desiguales, sin que todos los votos vangan iguales. En definitiva, sin democracia.
Ahora, y hasta la próxima puesta en escena de la siguiente comedia antes de la siguiente tragedia, ni sabrán que existimos. O lo sabrán sólo en la medida en que seamos capaces de hacérselo recordar con nuestras protestas ante todo lo que tramarán en contra nuestra. Y sacarán la porra–es un decir ya que el presupuesto para la represión de las protestas es la única partida que cuidan como oro en paño los encargados de orden, que como sabemos en el mayor de los desórdenes.
Porque de inmediato, salvado el molesto, pero necesario escollo electoral que lo cumplen porque lo justifica todo; y tras la noche de fiesta de unos y los llantos de otros, se volverá a lo que la casta política llama normalidad; es decir, la mayor de las anormalidades, como es hacer todo lo que está en sus manos para servir a especuladores y banqueros, porque ese es su cometido. Para eso se apresurarán a hacer políticas que nunca llevaron en sus programas, todo lo contrario: las ocultaron.
Ahora, como vienen haciendo desde que hay elecciones, tras la dictadura, todas las promesas electorales de los grandes partidos que son los que decidirán, será caro papel mojado, inservible, o sólo para aquellos curiosos que tengan el humor de volver a cabrearse si los releen, en un ejercicio de masoquismo, y constaten la farsa del sistema.
Todo cuanto, dijeron, digo, quedará en Diego; es más ni tan siquiera se molestarán en justificar las mentiras. La soberbia que anida en las mentes de la casta política es de tal magnitud, que en lugar de ser humildes ciudadanos que se sienten responsables de sus promesas, considerarán de inmediato que somos nosotros, los ciudadanos que pagamos sus escandalosos sueldos y prebendas los que estamos a su disposición. La inmoralidad sigue en ascenso cada día, cada instante. Y si protestamos, aun pacíficamente por los recortes, por el saqueo sanitario para enriquecerse, siempre habrá dinero de sobra para la partido de pertrechos para la represión, esa no se rebaja. El orden, aun a golpes, es su cometido, es decir el orden de la injusticia. Son especialistas en ello, son siglos de experiencia reprimiendo a los de abajo, para que los de arriba sigan viviendo a los grande.
Reverdecerán sus maquiavélicas tramas, pondrán en marcha todo el aparato de propaganda para convencernos de que las mejoras conquistadas durante más de dos siglos de lucha, que hemos pagado con mucha sangre y dolor, ya no nos lo podemos permitir porque antes que nosotros y nuestros derechos a la Sanidad y a la Enseñanza; antes que procurar una vida digna a los ancinos tras una vida de trabajo, hay que sanear sus despilfarros y los de sus amos: el atraco bancario.
Seguirán saqueándonos sin que el menos rubor, del que carecen por falta de costumbre, de nuestros derechos, para que los grandes millonarios sigan siéndolo aún más, y a su vez les permitan a ellos, a los capataces de la política, disfrutar de las migajas que caen de las mesas de los poderosos; que es mucho dinero, pero que para las multimillonarias cifras de las que se apropian, los que de verdad mandan, son minucias sin importancia. A pesar de todo, se venden bastante barato para lo que le hacen ganar a sus amos, aunque para la inmensa mayoría sea escandaloso.
Ahora, ya pasado el paréntesis electoral, bastará con que la maquinaria desinformativa se mantenga engrasada. Y cuando falten pocas semanas para la próxima puesta en escena, la próxima comedia, digo, que precederá a la siguiente tragedia, unos tragos de telebasura, confiarán en que la gente se haya olvidado de que todo cuanto dijeron cuatro años atrás era falso–como ahora se ha olvidado de lo anterior–. Y que con un poco de salsa amnésica, volvamos a renovarle el contrato. Al fin y al cabo también son mandaos, los que decidirán de verdad no se presentan a las elecciones, para esos trabajos los tienen a ellos, sus capataces. Entre tragedia y tragedia, 15 días de comedia.
U. Plaza