sábado, 21 de mayo de 2011

¡REFLEXIONEMOS!

Hoy, como ayer, como llevamos bastante tiempo, seguiremos reflexionando.  No por esa innecesaria y absurda  decisión  porque sea víspera de elecciones.  Reflexionaremos,  sobre todo,  de cómo ha sido posible que hayamos permitido que durante tanto tiempo los  españoles  fuéramos agredidos por los que debieran ser nuestro defensores.

Todo el mundo se venía preguntando, reflexionando, valga la oportunidad del palabro de cómo era posible que ante todo el desorden, las agresiones de los poderosos,  la exhibición y burla de banqueros y políticos de sus desvergonzadas decisiones, siguiéramos cada uno a lo nuestro, en nuestros asuntos,  bajando la cerviz, y soportándolo todo sin rechistar como el cordero que es llevado al matadero y apenas emite un balido. 

No hay español que, en petit comité, en bares o panaderías,  en el autobús o en el metro, en todas partes, que no se preguntara qué nos estaba pasando, por qué no respondíamos a las agresiones de los banqueros, culpables  de esta situación. Les habían dado nuestro dinero para que solucionaran su desastrosa gestión, premiando la especulación, y además lo hacían, no sólo repartiéndose escandalosos beneficios, sino que con todo alarde de la indignidad que caracteriza a los que se creen seguros, por contar con su guardia pretoriana de políticos que les aseguraban le legalidad de los atropellos. Y no se cortaban lo más mínimo en pasárnoslo por las narices, al tiempo que ponían en marcha una de las más inhumanas prácticas contra los ciudadanos que les habían dado miles de millones para tapar sus agujeros –sin que nadie decidiera que alguno debía ir a la cárcel–, que era la de expoliarlos arrebatándoles sus viviendas, sin que en las mentes de los buitres del dinero cupiera el menor freno ante situaciones verdaderamente escandalosas como la de personas ancianas y sin nada que llevarse a la boca, que eran echadas a la calle, con el concurso de la justicia y la política. Es la selva, pero sin control, porque aquí sí lo había. Lo ejercían los políticos que avalaban esas prácticas depredadoras, todas las trapacerías con sus decretos por encargo. 

Pero nosotros seguíamos con la cantinela de la reflexión, de qué nos pasaba para permitir todo este latrocinio sin que nadie respondiera. Y nos respondíamos a nosotros mismos con el recurrente y decepcionante latiguillo de que la juventud española estaba perdida y era incapaz de reaccionar; incluso de que la mayoría eran unos vagos que prefería comer de la sopa boba de sus padre, e incluso de sus abuelos, antes que de hacer nada. Y lo hacíamos sin acordarnos de que semejante opinión sobre la juventud, se repite en todas las generaciones. Para el mayor, desmemoriado, la juventud no sabe, está perdida cuando no es un verdadero desastre por sus gustos y modas disparatadas. Lo mismo que  les pasaba a nuestros padres con los que hoy ya somos mayores. Debe ser ley de vida.

 Y tan seguros estaban los servidores de los banqueros–esos que nos piden el voto para seguir exprimiéndolos– de que habían logrado  hacer del español  un pueblo de bueyes, que eran capaces de aprobar casi simultáneamente, desvergonzadamente, con la impunidad del atracador que se siente protegido,  la rebaja de las pensiones por la vía de su congelación, que la inflación se encargará de ir empobreciendo; la subida de los años de cotización de las pensiones; la bajada de los sueldos de los trabajadores funcionarios; proyectar el recorte de la Sanidad Pública con miles de despidos y cierres de servicios, en vías de ser regalada a los amigos especuladores; quitar recursos a la Enseñanza Pública mientras se favorece  a la privada. Y un sin fin de maquinaciones perversas contra lo Público, lo único que nos puede garantizar cierta tranquilidad como ciudadanos, que pagamos nosotros, pero que prefieren repartírselo entre ellos.   

Tan seguros estaban de haber logrado su propósito, de habernos incapacitado para reaccionar, que  casi al mismo tiempo que cogían las tijeras para hacernos retroceder, poco a poco, liquidando nuestras conquistas sociales, hasta principio del S. XX, que no veían ninguna contradicción entre ese asesinato social y el blindaje de sus sueldos y pensiones. Ese sólo hecho tiene materia para todo un tratado sobre la capacidad de las castas dirigentes y sus lacayos, sobre la ignominia  y la perversidad que los guía, sin que sean capaces de comprender el alcance  del disparate que supone su inexistente ética.

Pero como todo en esta vida tiene un límite, la juventud de hoy no es diferente  a la hora de reivindicar su futuro. Y como las condiciones objetivas las habían preparados los depredadores sociales, que quieren robarle ese futuro, han reaccionado. Y ha bastado la decisión de un grupo  de jóvenes, que en lugar de lamentarse, se han puesto manos a la obra. Y el resultado es que miles y miles de otros jóvenes y no tan jóvenes, se han INDIGNADO, y se han sentido representados por el grito de ¡Democracia Real, Ya! que no lo olvidemos, muchísimo más preparados que las generación precedente, han dicho que quieren el lugar que les corresponde en una sociedad que se lo ha dado todo para negárselo todo, anidando en ellos una frustración sin precedentes. Y saben que la vía para lograrlo es conquistar la Democracia Real, Ya. Porque saben muy bien que ésta no existe; que una cosa es el derecho al pataleo, y otra que los Derechos se hagan efectivos. Y saben que no hay idea más bella que la DEMOCRACIA. 

La chispa ha prendido porque la encendija estaba a punto, y porque el campo social no resiste más chispazos, sin prender. Y no hay que perder de vista en la protesta de Democracia Real, Ya, su actividad mesurada y pacífica en todo momento, muestra de su sentido real de las cosas, lo que aúna voluntades de todo tipo.  Así que sigamos reflexionando, no en  que no se pueda abrir la boca el día antes de echar, o no,  una papeleta a la urna, que eso queda para cada cual,  sino reflexionar en todo lo que está pasando y el tratar de que, si los que fuimos protagonistas en la época en que nos fue robada la democracia, y pudieron estableces esta partitocracia plutócrata, que ahora, tras más de treinta años, la presente generación la conquiste y no se la deje arrebatar. Porque de aquella derrota, algo habrán aprendido para que no se repita.

U. Plaza