viernes, 27 de enero de 2012

LAS VOCES DE SUS AMOS


Uno de los ejemplos de servilismo al que asistimos en los últimos tiempos lo tenemos en esa pléyade de economistas, supuestos o ciertos, que día sí, día también, a todas horas y en tiempo de máxima audiencia, aparecen en los estercoleros televisivos, aunque también en los grandes medios desinformativos, escritos o radiofónicos.

Constantemente intentan explicarnos el por qué de la situación actual, desvelarnos los arcanos por los que estamos en la situación presente, que lo saben y que nosotros, pobrecitos, ignoramos. Todos ellos tienen formulas mágicas que siempre, mira por donde, coinciden con los intereses de los amos del mundo, es decir con los intereses de los que nos han llevado al desastre. 

En realidad esos grandes profesionales del obscuro mundo de la economía, no son más que un ejercito de mercenarios que sirve a sus amos igual que los soldados que se ponen a las órdenes de un aventurero para un plan de invasión en un país con materias primas, de las que quieren que apoderarse; y no importa con qué métodos, siempre que el resultado sea el deseado.  A lo más que llegan algunos de esos insignes cerebros de la economía capitalista es a reconocer que no tienen nada claro que las cosas se vayan a solucionar en tiempo prudencial, como había ocurrido a lo largo de la historia del capitalismo, en las constantes y periódicas crisis del sistema, que en realidad está en crisis permanente porque eso es lo propio del mismo. 

Se esfuerzan, más que en aclarar nada que lleve luz al desesperado ciudadano víctima del capitalismo depredador, en confundirlo. Y sobre todo en procurar que ese indefenso ciudadano se  convenza de que es él, no el gansterismo político financiero, que es en lo que se ha convertido el sistema capitalista globalizado, el culpable de todos los males; de que por lo tanto no hay más remedio que apretarse el cinturón para poder salir de la crisis, que aseguran, será larga, pero que saldemos de ellos con el esfuerzo de todos.

Naturalmente, cuando dicen todos, esos sabios opinadores, repitiendo el mandato de sus amos los gobiernos, y de los amos de los gobiernos, los grandes financieros, se refieren a los más desfavorecidos, a las clases populares; a los trabajadores y pensionistas; a los funcionarios que por todos los medios tratan de culpabilizar de ser privilegiados, y ganar a la opinión pública contra ellos; a las clases medias y a los profesionales, intelectuales que hace tiempo dejaron de gozar de una posición privilegiada, y que cada vez están  más proletarizadas.

En ningún momento dicen la verdad, de la que presumimos están enterados, porque de otra manera sería muy difícil que semejantes mentiras las pudieran intentar hacer pasar por las verdades absolutas como pretenden, como intermediarios de los poderosos. No dicen, por ejemplo, que la distancia entre ricos y pobres ya es abismal. Que los medios productivos son hoy tan eficaces por el desarrollo técnico-científico, que lo que un trabajador producía, hace 30 ó 40 años, se ha multiplicado varias veces, sin que de ese aumento se haya beneficiado en igual medida el trabajador, todo lo contrario. 

No dicen, porque ese es el quid de a cuestión, que el paro no tiene solución con el sistema actual. Porque si hoy un trabajador es capaz de multiplicar la producción varias veces con respecto a hace unos años, lo lógico es que se redujera la jornada laboral para que el aumento productivo fuera en beneficio de la sociedad repartiendo el trabajo, y no en el de unos cuantos–se dice que el uno por ciento de la población– que se han apoderado de todo y despojado a la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo de lo que ellos mismos producen. El reparto del trabajo como aconsejaría la lógica es la salida al paro, en beneficio de todos.Y esto es evidente que no cuadra con un sistema, que siempre cabalgó sobre la injusticia más absoluta, por ser esta su esencia, pero que ahora lo hace mucho más que nunca, porque la acumulación de riqueza es insultante como nunca antes lo fue.

Ninguno de esos mercenarios de cámara del gran capital dice, por ejemplo,  que lo que está enfermo y caduco es el sistema capitalista; que la antaño clase burguesa revolucionaria, que dio fin al feudalismo y puso en marcha la mayor revolución productiva de la historia, ya ha llegado a su fin. Que, aunque pueda seguir durante mucho tiempo todavía en retirada, utilizando sus medios manipuladores y represivos, ya es un obstáculo para el desarrollo de la sociedad como lo fuera el feudalismo cuando lo sustituyó la burguesía, entonces naciente. 

Y tanto es así, que si persiste el sistema caótico, lo que de verdad está en peligro es la propia existencia de la raza humana. Es la barbarie futura lo que puede sustituir a la actual.  Porque el sistema capitalista hoy, en su afán por lograr beneficios cada vez más rápidos y cuantiosos, no le importa destrozar el medio ambiente, por lograr las materias primas, estén donde estén, a costa de liquidarlo todo lo que sea un obstáculo: selvas y recursos naturales, o convertir el litoral en el amasijo de cemento que ya en parte es. Ya hoy el nivel de utilización de los recursos del planeta están muy por encima del sostenimiento, que garantice su futuro. Lo que parece no  importarles.  


Como  dice Marx, una sociedad no cambia hasta que no ha agotado todos sus recursos de desarrollo. Y el sistema capitalista ya los ha agotado, aunque la clase social que debe sustituirla lo esté en condiciones de hacerlo todavía. Las contradicciones seguirán agudizándose, porque es imposible, ni siquiera lograr una mejora del paro significativa, sin ir liquidando las viejas estructuras de dominación que hoy ejerce el capitalismo,  como lo hiciera con la aristocracia.

Pero ninguna clase social dominante cede su puesto, por caótica que sea la situación,  sin que se le obligue a ello. Y es obvio qué es lo que hay que hacer: organizarse para luchar a todos los niveles por el futuro que ya incumbe a la inmensa mayoría, hoy incierto si persiste el caos capitalista. Y que es una ardua tarea de las clase populares, de la inmensa mayoría de los ciudadanos convertidos cada vez más en súbditos, cuando no esclavos, de los financieros y sus servidores los gobiernos, que en la práctica han liquidado la poca democracia, ni siquiera formal, que se había conquistado con largas luchas.

Y hay que vencer muchos obstáculos, porque hay que recuperar los instrumentos de lucha contra el sistema,  y crear  otros, en función de las condiciones de cada lugar. 

La cultura y el discurso que predomina en una sociedad, es el reflejo de la cultura y el discurso de la clase dominante, como dice Marx. Y los instrumentos ideológicos para la defensa de los intereses de la inmensa mayoría de los ciudadanos han sido absorbidos por el discurso dominante. Hoy los partidos y sindicatos que impropiamente se siguen llamando de izquierdas, carecen de un discurso ideológico que no sea el de la clase dominante. Han abandonado todos sus principios. Hace años que metieron en el cajón, si es que  la tuvieron, la cultura de la lucha de clases, por incómoda para los que mandan, y por considerarla políticamente incorrecta; y sobre todo, la base fundamental del propio sistema capitalista: la propiedad privada de los medios de producción. 

Hay que recuperar el discurso ideológico que interesa objetivamente a la mayoría, contraponiéndolo al  conformista  discurso de la derecha expoliadora, llámese como se llame el partido que lo exprese, y aunque parezca venir del bando de la izquierda. Los cantos de sirena de que podremos salir de la crisis con ajustes, no son más que los instrumentos para ir liquidando, poco a poco, aunque cada vez más acelerados, las conquistas logradas a lo largo de más de dos siglos de luchas desiguales. Cuanto antes comprendamos que no hay salida al sistema sin liquidarlo, antes empezaremos a poner los medios para lograrlo, aunque la lucha sea muy larga y dura.

 Toda la puesta en escena de los servidores del sistema para convencernos de sus bondades, sólo reflejan lo contrario de los que afirman. Y hasta ellos, los mercenarios y defensores de lo caduco, incluso como instrumentos represivos del sistema, más pronto que tarde, caerán en la cuenta de que son tan víctimas como la inmensa mayoría, de una clase social depredadora, en decadencia que utiliza todo su poder para seguir dominado, y que no hay otra salida que luchar contra ella y establecer una sociedad más justa. Pero esto no será en modo alguno gratuito; no lo ha sido a lo largo de la historia, y no lo será tampoco ahora.

U. Plaza