miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL MITO DE LA LIBERTAD DE PRENSA

Uno de los mitos más extendido por estos lares, y que machaconamente insisten los servidores del sistema a todos los niveles y por todo tipo de autócratas servidores, es el de la libertad de prensa; condición básica–dicen– para la existencia de una verdadera libertad de expresión, pilar fundamental de la democracia. Esto dicho así, sin más, parece ajustarse al idílico deseo de todo ciudadano libre y demócrata, y en cuya trampa caen muchas personas de buena fe, por el hecho de que pueden optar por comprar  periódicos con distinta cabecera o apretar un botón u otro para idiotizarse con este o aquel basurero televisivo, sin olvidar la recua de tertulianos prestos a llevar la voz de sus amos para crear opinión, es decir, ganarse el sueldo que le pagan aun a costa de la más burda tergiversación.

Sin embargo, como en tantas otras cosas de esta sociedad montada sobre la desigualdad, la injusticia, la manipulación, la corrupción de los que dominan el mundo con la mentira, es absolutamente falso que haya libertad de prensa. Si acaso sólo lo es en parte, por la irrupción de los medios modernos, esto es en internet, en que todo el mundo puede, de alguna manera, manejar esa libertad sin trabas, al menos de momento –que ya veremos en el futuro si los poderes de verdad, los grandes dictadores, los que no aparecen más que tras ocultas siglas  de organismos internacionales que nadie elige, dejan de soportar esa libertad tan dañina para sus intereses–, como hemos podido comprobar con el auge que han adquirido las movilizaciones del 15-M, precisamente por ser un espacio libre.

Pero, en cuanto a lo que se entiende por libertad de prensa–periódicos de papel y no digamos la basura televisiva y radiofónica–eso ya es harina de otro costal. Porque lo que realmente sucede es que sí, hay libertad de prensa plena, qué duda cabe, si se obvia el pequeño detalle de que misma libertad está condicionada sólo para  quien tenga suficiente dinero–muchos millones–para hacer un periódico o montar una cadena de televisión; en cuyo caso la libertad de expresión, la del dueño de esos medios o al grupo que representa y sirve, estará plenamente asegurada; nadie lo duda ya que hasta se pueden publicar cualquier barbaridad como vemos en algunos panfletos impropiamente llamados periódicos, que obedecen–no puede ser de otra manera– a los intereses propios o a los de sus amos. 

Porque que hemos llegado a tal grado de perversión y manipulación de los medios, que en realidad éstos están en manos y al servicio exclusivo de unos pocos, de forma descarada, y sin el menor disimulo. Sea porque  en realidad esos medios son de su propiedad, o porque pertenecen de una u otra forma a sus pesebres, publicando lo que halaga al poder, o eliminando o manipulando cualquier noticia u opinión que moleste o  incomode, sea  el financiero o el político, a sus servicio.

Incluso, aunque haya periodistas que realmente sean honrados y pretendan dar fe de hechos escandalosos de la delincuencia político-financiera, no tendrá más remedio que plegarse a los deseos del amo de la cosa y escribir entre líneas–como en los mejores años de la dictadura, ¿recuerdan?–si quiere conservar su trabajo. 

Así que cuando alguien habla de que hay libertad de prensa,  libertad de expresión en los medios, hay que estar alerta; porque o es un perfecto despistado que se ha creído que vive en un régimen de libertades, y que hay democracia, en lugar de en partitocracia, con puesta en escena de vez en cuando, llamándonos a validar con nuestro voto sus mentiras, o  pertenece al club de  los pesebristas, o bien es directamente un beneficiario del sistema corrupto que padecemos.


U. Plaza