martes, 21 de diciembre de 2010

EL DESCRÉDITO POLÍTICO, BASE DEL POPULISMO AVENTURERO SIN IDEAS



La mediocridad del  que no sabemos si aspira a ser el Berlusconi o el Gil Catalán, se ha puesto de manifiesto. Su discurso monocorde y atropellado, se le ha acabado pronto. Tanto que ni ha sido capaz de agotar el tiempo, corto ya en sí, por su escasa representatividad, cuando los demás grupos se suelen pasar de largo, por tener muchas cosa que decir. Laporta pronto ha terminado. Su absoluta ignorancia lo lleva a leer unos folios, a pesar de suponérsele maduro su discurso por ser de un solo punto: la independencia, así, a palo seco y sin otro añadido, como muy bien le ha afeado el candidato Mas. Realmente, más que otra cosa daba  pena la absoluta falta del sentido del ridículo, porque su supuesto independentismo debiera haberlo sustentando con algo más de base, ideológica y política, con un programa claro y creíble aunque sólo fuera para sus adeptos, y por disparatado que fuera. 

Ni siquiera ha tenido la elegante educación, por su obcecación irreflexiva, de saludar al presiente saliente de la Generalitat, señor Montilla; ha entrado a embestir, sin más, cosa que muy bien ha sabido aprovechar Artur Mas para decirle, muy elegantemente que es un maleducado. 

La aparición de pintorescos personajes populistas, de de extrema derecha  en la vida políticas, como  Laporta o Anglada,  que aunque  éste por poco no haya logrado representación por una ley electoral poco democrática, sin programa– o con uno de un sólo punto  y fuera de toda lógica razonable. sea la emigración, sea la independencia–, se debe al descrédito que las formaciones políticas han cosechado durante años; por el cabreo de muchos ciudadanos que  acaban arrojando el voto, más en contra de los partidos desacreditados que a favor de los votados como estos populistas. 

Cuando los partidos con arraigo dimiten de sus obligaciones; cuando el ciudadano se percata de lo poco que se hace contra la corrupción, y cuando ve ante sus narices lo fácil que les resulta ponerse de acuerdo entre ellos para blindar sus interese de casta, aparecen estos aventureros que en realidad son filibusteros de la política, como muy bien ha dejado claro el antiguo presidente del Barça, que ha dicho más o menos, que todas sus intervenciones en la cámara catalana irán de principio a fin en la misma dirección y onda. Es de suponer que con el tiempo, y pasada la novedad, se atempere el fogoso Laporta– que por cierto nunca le preocupó la política hasta que se hizo famoso por ser presidente del Barça–, y adquiera algo de sentido del ridículo. Porque aunque el club catalán sea más que un club, el parlamento catalán, es más que un juego de aventuras.


U. Plaza