jueves, 30 de junio de 2011

EL FASCISMO QUE ASOMA (I)


(EL FASCISMO QUE ASOMA (I))


Es sabido que el capitalismo sólo es "democrático" cuando es él el que domina, marca las cartas y las reparte a su gusto en un juego totalmente en sus manos y desigual. Cuando empieza a ver un asomo de peligró para sus negocios, olvida su cara amable, se despoja de la máscara y aparece la faz real de su condición de clase represiva y delincuente: el fascismo. 

No hace falta recordar que el golpe de Estado contra la República en España por lo más añejo de la sociedad, fue para evitar el progreso que paliara las desigualdades escandalosas de la sociedad española, sumida en muchos aspectos en la Edad Media. De nuevo el fascismo mostró su cara. Los múltiples golpes militares en América Latina, destacando crímenes como los de las juntas militares en Chile y Argentina, y en todo el Sur del Continente, fueron para impedir que los pueblos se liberaran del yugo de la "democracia" yanqui. Es la evidencia de ese fascismo, siempre latente en el proyecto de la derecha, sea ésta con tal nombre, sea con el de liberal o  "socialista", aún más perverso por el engaño que supone. 

Ahora, en la fase final de capitalismo, ya agotado su ciclo, que se sostiene entre otra muchas razones porque la socialdemocracia ha mutado hacia la derecha de forma escandalosa; y es el verdadero puntal que lo sostiene, en lugar de ayudar a derribarlo, el fascismo se vuelve a mostrar de diversas forma, sea amenazando a pueblos enteros, como al griego, desde instancias supuestamente democráticas,  como la Unión Europea, que no han elegido los ciudadanos, y no digamos los que realmente mandan, las bandas financieras insaciable. Para aplicar sus  medidas de recortes sociales, asoma otra suerte de fascismo que el propio gobierno griego, "socialista", aplicará con toda contundencia contra sus trabajadores, contra las clases populares, porque así se lo piden los culpables del desastre económico.

Las agresiones   que los grandes delincuentes de la finanzas, con el apoyo de sus siempre dóciles servidores políticos-mercenarios,  que están asestando a los pueblos, para salvarse del naufragio con mayores beneficios, a costa de la miseria y hasta la muerte de muchas personas. Porque las medidas contra la sanidad tiene varios recorridos y conducirá inexorablemente hacia la muerte a muchas personas que no serán atendidas debidamente. Sin embargo serán asesinatos silenciosos, que sólo conocerán sus familiares. Los culpables nunca responderán por tales crímenes. Aunque sería de justicia que sí lo hicieran.

El recorrido que los servidores de los financieros–la casta política– pensaban hacer con mayor probabilidad, se les ha venido abajo.   Creían que sería la ruta que más fácil les resultaría, sabiéndose impunes por la dominación de los medios de manipulación. Los ciudadanos, maquinaron, poco a poco, se harían cómplices de su propio suicidio; aceptarían que las cosas estaban mal, "porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades", como machaconamente nos aseguraban los mercenarios tertulianos por todas partes; y que no había más remedio que apretarse el cinturón, para–mintiendo descaradamente como sólo ellos saben hacerlo–volver a emprender la senda del desaforado desarrollo, como si no hubiera pasado nada, sabiendo que eso ha llegado a su fin y que no volverá. Que el sistema productivo ha de cambiar porque las fuerzas que así lo sustentaban se han agotado. Y que el capital industrial se ha tornado en especulativo, improductivo y delincuente.

Pero, como en todo crimen acaba descubriéndose al culpable, empezó la contestación. Sobre todo por los mayores afectados por las agresiones; primero los jóvenes, y después por todo el abanico de edades, situación  y formas de pensar,  víctimas del sistema antidemocrático persistente. Porque mucha gente que aún no se veía o se ve de forma inminente víctima del  expolio, sabe muy bien que el genocidio social es un cálculo de los poderes en el tiempo y que tarde o temprano le llegará también. Y que es ahora cuando ha de hacer frente a los delincuentes,  y no,  como en el poema de Martin Niemöller, "cuando ya no quede nadie para protestar".


U. Plaza