lunes, 13 de diciembre de 2010

INCONSISTENCIA IDEOLÓGICA Y OPORTUNISMO



La diarrea mental resultante de la inconsistencia ideológica es  demoledora en algunos personajes. Les puede llevar a la esquizofrenia política; a hacer o decir una cosa y la contraria al mismo tiempo. Un estado mental cambiante sin apenas una reflexión, con bulla, y tratando de justificar cada paso en falso que dan, reafirmándose en el error anterior sin apenas darse cuenta, para a continuación  volverlo a repetir.

Es lo que le ha pasado al señor Montilla este fin de semana, que aunque ha reconocido su culpabilidad por el desastre en las elecciones,  en seguida ha repartido responsabilidades a los demás, sin  percatarse de que la responsabilidad es suya, y solo suya, y no sólo "por no haber sabido vender el producto" y haber dejado–hay que ser cándido–el aparato de propaganda que es TV3 en manos de los enemigos. 

Porque durante los cuatro años de mandato, ha ejercido de nacionalista furibundo, para hacerse simpático a la derecha, y a sus socios, permitiéndoles todos los disparates que se les antojaba, como si  tres gobiernos, y no uno, decidieran sobre los más variados temas. El mismo Montilla  renegó del tripartito nada más convocadas las elecciones, sin apenas darse cuenta de que echaba por tierra todo lo que había hecho, que por otra parte decía haber sido el mejor gobierno. 

Se ha pasado la legislatura haciendo todo lo posible para que se vieran de forma ostensible, sus discrepancias con el PSOE y el gobierno de España, al más puro estilo nacionalista, incluso independentista, postura que nada tiene que ver, no con un partido socialista que gobierna, sino con un poco de sentido común, ya que  hubiera sido más favorable para el PSC que los trabajadores susceptibles de darle su votos, hubieran visto lo contrario, que el partido socialista era uno. Mientras tanto en la derecha nacionalista convergente, encantados. No necesitaban esforzarse, el trabajo se lo hacía el capataz. 

Cometió uno de los errores más incompresibles que un gobernante pueda cometer: rebelarse contra una sentencia de Tribunal Constitucional. Por más que se discrepe de las sentencias han de ser respetadas. Cualquier ciudadano puede manifestar sus discrepancias, pero un gobernante no está en condiciones de hacerlo. No se puede tener una responsabilidad política de ese calado y no respetar las leyes. En todo caso que intente cambiar la Constitución. Aunque de ser así, debiera ser en sentido contrario del que provoca su enfado, si persiste en decir que es socialista.

Pero para el presidente Montilla no fue suficiente semejante barbaridad, sino que desde la presidencia, convocó una manifestación contra dicho Tribunal, lo que demuestra no sólo que él es incapaz de comprender las consecuencias de sus acciones, lo que lo inhabilita para el cargo, sino que ni siquiera supo rodearse de asesores que le dijeran que semejante actitud iba contra toda lógica y contra todo lo que es lícito y politicamente aceptable. Más bien parece lo contrario: que esos asesores, mucho más capacitados que él, pero  furibundos nacionalistas, en realidad lo empujaron a hacerlo, arrimando el ascua a su sardina,   para que se estrellara. 

Como sabemos, la manifestación fue una exaltación del independentismo, y hasta con tintes fascistoides, en la que el propio presidente se convirtió en objetivo, en el enemigo a batir, hasta llegar a la agresión. Lo que se desprende de esa fuga hacia adelante, apoyando a lo más reaccionario de la clase política catalana, es que en realidad Montilla, con la indeseada ayuda de los asesores nacionalistas de sus partido, se convirtió en el tonto útil, incapaz de comprender la  trascendencia de sus actos, que pagaría muy caro.

Se convocan la elecciones, y hete aquí, que lo primero que hace es hablar por primera vez en su lengua materna, en castellano, lo que no había hecho durante toda la legislatura de forma oficial–otra cosa era en los mítines de Gavá donde la mayoría eran charnegos como él– con el ojo puesto en todos aquellos que durante su mandato no contaron para nada. Y empieza a desmarcarse del tripartito, hace venir a los dirigentes del PSOE a Cataluña pidiéndoles ayuda para ver si  consigue darle la vuelta a las encuestas, recuperando el discurso que se parezca algo al del PSOE. Pero con tanta torpeza por su inconsitencia ideológica, que sigue queriendo contentar a la derecha nacionalista que corroe su partido, con ese discurso imposible de "catalanista y socialista". O se es socialista o catalanista. Ambas cosas imposible. 

A pesar de todo durante la campaña hizo venir a todos los grandes espadas del PSOE, compartiendo abrazos, y apoyos mutuos de hermanos del mismo partido. En esos momentos, ni por un instante se les ocurrió al trepa Montilla, considerar que los del PSOE o el gobierno, con Rodríguez Zapatero a la cabeza, fueran culpables de nada de lo que días después acusaría.

Perdidas las elecciones, y ya con las relucientes y engrasadas  navajas encima de la mesa,  y en el Consell Nacional lanza culebras contra el PSOE, al que hace referencia como si de un partido extraño para él se tratara, al que hace responsable de su mediocridad y de su incapacidad para saber dónde está y, al menos en teoría, de que él no preside un partido nacionalista, sino un partido socialista. Lo hace con la misma disparatada metedura de pata, que cuando compara un libro de historias mitológicas como la Biblia, con El Capital, sin apenas comprender lo que dice, suponemos que para hacerse simpático a un sector que jamás le votará, por mucho que se ponga de rodillas y simule rezos.

Montilla no sólo tiene una diarrea mental en cuanto a no saber qué significa cada cosa, en qué consiste una ideología u otra, de la que evidentemente carece, sino que además ni siquiera ha tenido el olfato político  de saber qué carta quedarse y qué le convenía.  Aunque fuera de forma oportunista. Seguramente creyó que apuntándose a lo mismo que domina a las castas políticas catalanas, es decir la cosa identitaria, y por lo tanto reaccionaria,  le iba a ser rentable. Que haciéndose simpático a la derecha de su partido, y al resto de la derecha pujoliana, le iban a perdonar su pecado de charnego, e  iban a considerarlo de los suyos. Pero ya se sabe: cuanto más se agacha uno, más se le ve el culo. 

En realidad ha estado remando en su contra durante toda la legislatura. Si Montilla hubiera tenido claro cuál era su ideología, de haberla tenido, hubiera actuado de muy distinta manera. Pero incluso ahora, cuando ya la catástrofe es un hecho, en lugar de reflexionar y ver adónde lo ha llevado su sumisión, trata de abundar en el error, cuando ya es un cadáver político. Pero precisamente  por carecer de guía ideológico, es incapaz de entender qué le ha pasado. Aunque por todo eso, quizá le importe poco.

U. Plaza