viernes, 17 de diciembre de 2010

SUS SEÑORÍAS BLINDAN LAS PENSIONES... LAS SUYAS, CLARO


Es desolador comprobar cómo la ética de algunos políticos es tan elástica y variable como les sea conveniente; se puede hacer o decir una cosa y la contraria sin siquiera mudar un gesto sus duros rostros, sin despeinarse. Quizá pensando que la opinión pública carece de criterio para darse cuenta la falta de ética. O de que ésta  aguanta todo lo que le echen sin protestar por escandaloso que sea. Y quizás no les falta razón visto que llevan tanto tiempo sin que los ciudadanos reaccionen de forma contundente.  

Como es frustrante comprobar cómo un señor puede manifestarse junto a los sindicatos el día de la huelga general del 29 de septiembre,  contra las agresiones del  gobierno de un partido que se sigue llamando socialista, y que aplica las políticas de la más salvaje e incivilizada derecha,  y a renglón seguido defender esas mismas agresiones como ministro de trabajo sin que tenga eso visibles consecuencias en su estado mental  y emocional. La elasticidad de la moral de algunos políticos es realmente sorprendente.

También sorprende el poco empeño que la mayoría de sus señorías pone–tanto en las taifas como en el Congreso–para ponerse de acuerdo para solucionar las cuestiones de Estado, que son comunes y de urgente abordaje;  al tiempo en que casi en su totalidad están de acuerdo a la hora de recortar las prestaciones de las pensiones  y los salarios de mil maneras a los ciudadanos; sólo diferenciándose en matices y por pura oportunidad electoral.

Sin embargo es revelador y desolador al un tiempo para el ciudadano que asiste impotente al trágico esperpento del espectáculo, comprobar lo rápido y sin apenas discusión con que esos mismos señorías, se apresuran a ponerse de acuerdo para blindar sus propias pensiones, prebendas y privilegios. 

Los mismos que insisten una y otra vez, que nosotros, los ciudadanos, no ellos, estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades, y que  tenemos que apretarnos el cinturón. Y ni tan siquiera aparece en sus caras una sombra de rubor por la vergüenza; hasta esa condición humana parecen han perdido, porque deben considerarse con derecho de casta medieval, que ingenuamente creímos liquidado. 

Y se blindan sus pensiones, al tiempo que exigen aumentar la base de cotización de todos los españoles; los mismos señores que con tanto descaro calientan con sus honorables posaderas los escaños del Congreso –o de los parlamentos regionales, que en eso no se diferencian–, si es que se dignan acudir, porque todos vemos  el espectáculo de los escaños vacíos en los plenarios, cuando la primera puesta en escena de los dos números principales ha acabado, sin tenerle el menor respeto y atención por lo que dicen los oradores de los partidos pequeños, que son cómo mínimo tan respetables como los que que abandonan el escaño.

Todos sus señorías saben el escaso prestigio que tienen ante la opinión pública, ganado a pulso. Pero no parece importarles, visto con que doble moral aplican la ley del embudo, sea para sus sueldos o para blindar sus pensiones con el mínimo esfuerzo para ellos, y el máximo  para todos los demás. No parece ser la ética precisamente  lo que mueve a sus señorías a dedicarse a la cosa pública. ¡Qué lejos estamos de aquella ética republicana!

U. Plaza