miércoles, 1 de junio de 2011

LA INCULTURA DEMOCRÁTICA DE LOS POLÍTICOS, ES VIOLENCIA

Que  necesitamos un aprendizaje de Cultura Democrática, es algo que cualquier observador por poco despierto que sea, no negará. Que todo cuanto nos proyectan los políticos está impregnado de autoritarismo e engreimiento, creyéndose que los ciudadanos estamos a su servicio y no al revés, tampoco se puede negar. Pero como nos han estado negando la más mínima opción democracia, por elemental que esta sea, nos resulta extraño hablar de ello con plena claridad. Sobre todo porque un régimen partitocrático de una aristocracia del enchufe, el chalaneo y de la apropiación indebida, como si de democracia se tratara, oscurece más visión real de las cosas. 

Es por eso que el ciudadano medio se encuentra confundido ante lo que empiezan a comprender que lo que consideraba, porque así se lo decían los beneficiarios como democracia, no sólo no lo es, sino que es un timo  mayúsculo, para el disfrute de unos cuantos, que con toda clase de triquiñuelas, mintiendo al unísono,  han ido forjando. En esto, todos son cómplices, porque se ha llegado a hacer política por parte de la "oposición",con tanto guante blanco, que en realidad todo se semeja a un puro teatro.

Todo el mundo es capaz de comprender eso que tan pomposamente nos dicen, y se escribe en las Constituciones de muchos países–diríamos que hasta en las dictaduras– de que "el poder emana del pueblo". Es obligado ponerlo, pero que todos los constitucionalistas saben, lo sabe todo el mundo que podría perfectamente quitarse, visto el nulo caso que se le hace. Porque, ¡ojo! , dice "emana", no que lo ejerce. Para eso ya están los que se las inventan para que tan bellas palabras dejen de inmediato de tener sentido. 

El ejercicio de la democracia es condición indispensable para tener democracia, y no es un trabalenguas. No la regala nadie, todo lo contrario, los que mandan tratan de escabullírsela, incluso llamando democracia lo que no lo es, como es el caso de España hoy.  Y, si bien se puede delegar algunas funciones, no se puede delegar la democracia misma. Y las abusivas prácticas antidemocráticas, haciéndonoslas pasar por  tales, han hecho que al ciudadano se le cree un estado de duda y de dependencia sobre cuestiones que debiera tener claras. Naturalmente los poderes públicos, los que mandan, no están interesados en que la democracia real sea un hecho, perderían sus privilegios.

Se podrían poner muchos ejemplos, que no caben en este artículo. Pero  sí alguno que sea suficientemente gráfico para que lo entendamos.  Cuando el ciudadano tiene que lidiar con la Administración,  tiene la impresión de que ha de hacer un esfuerzo para ser entendido y atendido. Y una negativa es un castillo kafkiano difícil se superar. Y llega a creer que los derechos, en realidad siempre están de parte del que manda. Y no es así. Y el que manda tiene el garrote amenazante y disuasorio, pero no el derecho.

Imaginemos que estamos trabajando en una empresa de la que depende nuestro sueldo, nuestra vidas, y el bienestar de nuestras familias. Imaginemos que, por algo que no nos gusta de la organización del trabajo por el patrón, en un momento dado, cogemos las herramientas y con ellas  decidimos amenazarlo;  y si no acepta nuestros puntos de vista productivo, decidimos darle una paliza. Una paliza al que nos paga el sueldo por nuestro trabajo. Lo machacamos y pretendemos que de inmediato todo siga igual, sin que nadie tome medidas por semejante acción violenta, e incluso justificamos nuestro ataque, con cualquier  razón y negamos haberlo hecho, a pesar de las evidencias de los múltiples vídeos y fotografías que alguien tomó durante la agresión. 

Es lo que ha hecho el ultra Felip Puig. Este empleado nuestro se ha creído con derecho a darle una paliza a su patrón, que son los ciudadanos, el que le paga el sueldo–con la diferencia escandalosa a su favor de que en el caso anterior el sueldo no lo decide el trabajador–, porque Puig decide lo que gana, por abusivo que sea, sin que el patrón–el pueblo– pueda decir ni pío. La caja está a su disposición, y lo que es inmoral, lo solucionan con una ley, que lo hace legal. 


Es una práctica absolutamente antidemocrática. Porque a nadie se le ocurriría pensar, que una vez cometido el atropello, el agresor,  el empleado que ha utilizado las herramientas que el patrón ha puesto en sus manos para ejercer su labor, el trabajador seguiría en su puesto, amenazando  y asegurando, contra evidencias,  que lo hecho, bien hecho está. Y con la posibilidad de seguir agrediendo. Puig, contra todo sentido moral, sigue justificando las agresiones a los ciudadanos, los que pagan sus herramientas, sin siquiera hacerle pensar que su conducta sea aberrante, al querer justificar las agresiones.

Es una práctica absolutamente antidemocrática, que los políticos  ultras como Felip Puig en su soberbia ideológica se creen tener derecho a atacar a su patrón  y, además, creer que tiene razón; ni se para a pensar si se han equivocado. Y es más, todo el coro de políticos lo justifican, y a lo sumo "lo lamentan", de cara a la galería, sin hacer nada efectivo, porque son conscientes de que los palos de Puig contra los ciudadanos, los beneficia. Porque en definitiva todos son de la misma casta. 

El ciudadano debe ser consciente, en su ejercicio democrático, de que el sujeto de derechos, es él. Y que el que se ha saltado las normas democráticas–no las inventadas por los políticos para su uso y provecho de casta– es el agresor. Ser consiente de esto, es fundamental para  el ciudadano, para ir conquistando la democracia secuestrada por los poderes, sean estos de los Bancos, sean de sus servidores los políticos, por los desvaríos autoritarios de la extrema derecha, como el señor Puig. No se puede seguir tolerando que utilice las herramientas que le hemos prestado para su labor, la de defender a los ciudadanos, para que las utilice para apalear al ciudadano mismo, su patrón. Y si lo hace, ha de ser destituido y que asuma sus responsabilidades, políticas y judiciales. La toma de conciencia de las personas, de que las cosas no son como nos las quieren imponer los represores, nuestros empleados, es el primer paso para la conquista de los derechos arrebatados de mil formas.  La no tolerancia de actitudes autoritarias como las provocadas en Plaza de Cataluña por el señor Puig, o cualquier otro personaje, que utilice nuestras herramientas para satisfacer sus instintos ultras, no debe tolerarse. Ni la mera existencia de un personaje como él, debe aceptarse. Es nocivo y peligroso para la convivencia. Aceptar que Puig tenga derecho a agredirnos, es renunciar a la democracia y a nuestra condición de ciudadanos.


U. Plaza