lunes, 5 de septiembre de 2011

EL GOLPE

Lo que acaba de hacer el gobierno y el grupo parlamentario que lo sostiene, el PSOE–con la única excepción de Antonio Gutiérrez, al que debe quedarle algo de ética y memoria de cuando era secretario general de Comisiones Obreras, antes de que la dirección de este sindicato perdiera el norte en las moquetas de los despachos–; y con el entusiasta  apoyo de la derecha más cavernícola de este país, es de un calado tan profundo que perfectamente se puede calificar de golpe palaciego, antidemocrático contra los intereses populares. 

Porque no se trata sólo, siendo esto muy grave, de que se haya despreciado al ciudadano e impedido que decidiera cualquier cambió de la Constitución por la vía de un referéndum; la misma  Constitución que han considerado siempre que era poco menos que inmaculada, sobre todo para que no se destapara la caja de Pandora,  y que el ciudadano pidiera cuentas sobre muchos aspectos de la misma, sobre todo de la forma de Estado, derecho sustraído en su día. 

Esa era la excusa, que sin embargo en un golpe caciquil, en tiempo récord, han decidido que no es tan inmaculada y que se puede reformar, naturalmente sin contar con nadie, sólo porque así interesa a las bandas financieras, y a sus servidores de los gobiernos de mercaderes de Unión Europea.

Porque lo que se acaba de hacer es muy grave en sí mismo, al margen del hecho antidemocrático. Porque acaban de liquidar la Constitución en aspectos fundamentales. Porque hacer imposible constitucionalmente el aumento de déficit es tanto como impedir que el país pueda desarrollarse para llevar a cabo proyectos de futuro, y sobre todo atender la demanda de mejoras sociales, punta de lanza de las políticas de la derecha más salvaje e incivilizada, como estamos viendo con los saqueos de la Sanidad y la Enseñanza públicas.

Porque en el hipotético caso de que algún día las mieses de los campos aumentaran considerablemente, y las piaras disminuyeran y hubiera más pan que chorizos; y por tanto  en el hipotético caso de que hubiera algún día un gobierno medianamente decente que quisiera hacer políticas menos proclive a los intereses de los delincuentes financieros, y algo más tendente a atender las necesidades de los ciudadanos menos favorecidos, se encontraría con las manos atadas. No podría emprenderlas si para ello, como sería obvio, debía endeudarse. 

Y claro, como para deshacer el atropello que se acaba de perpetrar–con el apoyo de Rubalcaba y de Alfonso Guerra, que por más que vocifere en presencia de los obreros votó a favor– hace falta una mayoría cualificada,  eso sería imposible. Porque la derecha salvaje, pura y dura, la que ha salido favorecida con el golpe palaciego, porque esa era una de sus metas, no será tan complaciente para modificar nada, como lo ha sido Zapatero  y su grupo parlamentario con ella, al pasarse con armas y bagaje a las posiciones  ideológicas del PP.

Si considerábamos que la democracia española era de ínfima calidad, ahora simplemente no es ni eso. Ya que carece de importancia a qué partido se le vote, salvo, si  se hace a alguno que no sea de los dos que se han confabulado para dar el golpe. Y aún así, porque teniendo en cuenta el aplastante poder mediático y la ley electoral a favor de los grandes, será imposible romper el corsé impuestos. 

Porque, como ha quedado demostrado, tanto PSOE como PP, en realidad obedecen a los financieros, los verdaderos amos, que son los que mandan aunque nunca hayan sido votados por los ciudadanos. Por lo que el acto electoral se ha convertido en una farsa, ya que los votos no cambiarán nada, porque quien decide, los financieros, no necesitan presentarse a las elecciones para decidir, y además ni siquiera se desacreditan, porque para eso tienen a sus servidores, como lo vienen demostrando, y ahora de manera absoluta.

Así que ante este panorama de liquidación democrática, como en los viejos tiempos de la dictadura, al ciudadano no le queda más opción que luchar por la democracia, nunca alcanzada–ni siquiera la formal como estamos viendo–y lograr un referéndum y una Constitución que responda a los intereses  de los ciudadanos, que como es obvio no son los mismos ciudadanos que hace 33 años pasaron por la horcas  caudinas de una Constitución con amenazas involucionistas. Constitución que de todas formas quedó en papel mojado en muchos aspectos, que nunca se respetaron por los poderes.

U. Plaza