La democracia es un camino a recorrer, no un estado presente de organización de la sociedad como debiera ser y constantemente nos tratan de hacer creer. Basta mirar a nuestro alrededor, ver las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los ciudadanos que se deteriora constantemente y la de esa minoría oligárquica egoísta y depredadora que lo domina todo, para percatarse de que toda la palabrería sobre la democracia es pura manipulación, no existe nada que se pueda llamar democracia, es parte de la puesta en escena, de la ilusión necesaria para completar la farsa.
Cierto que hay diversos niveles que van desde países con dictaduras descaradamente represivas y sin ninguna intención de demostrar otra cosa; y los que tienen unos niveles de derechos ciudadanos aceptables, pasando por las que sólo tienen el cascarón democrático en leyes constitucionales que no se cumplen, como es el escandaloso caso de España, que ni tan siquiera se hace realidad la llamada democracia formal, donde incumplen sus propios códigos cuando les viene en gana. Basta leerse algunos artículos de la Constitución española de 1978 para ver el descaro al que son capaces de llegar los poderes y sus empleados, la partitocracia.
La Constitución garantiza el derecho al trabajo, a una sanidad pública, enseñanza y el derecho a la vivienda. Sin embargo vemos el panorama laboral que tenemos; garantiza la sanidad pública y la están desmantelando, privatizándola para hacer negocio con la salud ciudadana sin que les importe, como podemos comprobar por las declaraciones de algunos irresponsables políticos sin escrúpulos; las escuela pública la están degradando al tiempo que dan ingentes cantidades de dinero a las escuelas privadas, alguna que incumple los más elementales principios constitucionales, como la segregación por sexos, en manos de la Iglesia, que sigue siendo privilegiada.
También se permite que los culpables de la situación actual puedan expulsar a los ciudadanos de sus viviendas; además con el apoyo de las fuerzas represivas–que como todo, pagamos nosotros–para hacer efectivo el desalojo; en lugar de apoyar a la víctima de los banqueros, que sería lo normal en un Estado en el que la Constitución se respetara. Además, la propia Constitución dice que el derecho público debe estar por encima del privado, para lo cual el Estado puede tomar los recursos de manos privadas para garantizarlo. Se hace todo lo contrario, como sabemos: se expolia.
Lo sabemos desde la antigua Gracia; en Atenas, que fue donde por primera vez aparece la idea de democracia en el sentido que se le dio con el tiempo; a pesar de lo cual sólo existía ese derecho democrático para una ínfima minoría de atenienses, los ciudadanos, estando exenta la inmensa mayoría de tal condición, ya que era una sociedad esclavista, y los esclavos obviamente estaban fuera de ese censo, es decir la inmensa mayoría, del derecho ciudadano. Tampoco lo tenían los metecos, es decir los extranjeros. Pero fue un paso muy importante para la dignidad humana: pero como ahora, tampoco aquello era una democracia.
En España, tras la larga noche de la dictadura católico-fascista, tras la muerte del dictador, pero habiéndolo ya previsto los poderes no sólo españoles, sino todo el entramado que dirige la geopolítica a nivel mundial, empezaron a trabajar para lo que, con el tiempo, conoceríamos como la transición. Prepararon a los actores de la comedia que tendría lugar en cuanto desapareciera físicamente el golpista que mantuvo los privilegios oligárquicos de unas burguesías que durante cerca de cuatro décadas no tuvieron necesidad de preocuparse. Esos actores para tener éxito debían ser parte del propio régimen que durante un tiempo empezaron a distanciarse de la dictadura, y hasta aparecer como oposición al régimen, acercándose a la oposición clandestina, que a la sazón la ejercía prácticamente el PCE en solitario, como forma de labrarse un pasado democrático y antifranquista.
Eso sí, a pesar de lo cual la maquinaria represiva, tanto en el aspecto político, con la Brigada Político Social y con el TOP, como en el empresarial para combatir las reivindicaciones obreras continuaban muy bien engrasada. Por más democrática que se mostraran esas burguesías en las reuniones de salón con los representantes de la oposición–el PCE y aquellos trabajadores que se esforzaban por crear mecanismos sindicales, que pagaron con muchos años de cárcel– sus intereses estaban por encima de cualquier otra consideración. Así lo hicieron la derecha catalana y vasca, al igual que la del resto de España.
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