jueves, 21 de julio de 2011

LA ESTÉTICA DEL TERROR





Todo poder es una dictadura. Y es una dictadura de una oligarquía, de una minoría muy minoritaria. La dictadura puede estar revestida de formas aparentemente democráticas, con rituales electorales y otras parafernalias,  que en realidad  ayudan al poder a mostrar una cara amable, y hasta a presentarse como el paradigma de la democracia; eso si la situación la controlan y no están en peligro los intereses políticos, ideológicos, mediáticos y sobre todo económicos, fin único de toda la arquitectura de los anteriores anteriores. 

Es sabido que en las luchas sociales la violencia siempre parte desde el poder de esa oligarquía, que intentará, primero cortarla con argumentos de "preservar el orden público",  para poder mantener el desorden social de injusticia, que es la esencia de la existencia de ese poder oligárquico. Y lo hará con toda  mesura. Permitirá las protestar siempre que las controle, e incluso pondrá, en un alarde de aparente tolerancia democrática, a las fuerzas de orden publico a disposición del buen transcurrir de las manifestaciones, con policías perfectamente identificables, con sus uniformes reglamentarios "normales", por así decirlo, casi como ciudadanos, que parezcan estar formando parte del "servicio de orden" que toda concentración humana numerosa requiere.

Pero eso se acaba en cuanto el poder, la oligarquía, intuye por sus propias actuaciones expoliadoras, que las protestas irán a más cada día, que se multiplicarán por todas partes, y que pueden alcanzar tintes de peligrosidad para sostener sus especulaciones, manejos e intereses, que creen, o creían hasta entonces, sólidamente afianzados por todo el tejido legislativo, judicial y policial, elaborados para su defensa, y  que ellos llaman democracia, pero que todo aquel que se preocupe lo más mínimo de ver con atención, sabe que es falso: "lo llaman democracia y no lo es", gritan los ciudadanos.

Esa minoría oligárquica, que en Cataluña la representa CiU, pero también la cúpula del PSC, unidos por razón de clase en el saqueo de los bienes públicos proyectados por el primero, pero apoyado sin disimulo por el segundo, ya no se pueden permitir la tolerancia supuestamente democrática. Y prescinden de ella a pasos agigantados. Ya no les sirven la presencia policial como tal servicio de orden y tranquilidad durante el decurso de la protesta. 

Mas, tampoco, debido a que la misma transcurre de forma pacífica, puede la oligarquía justificar, sin tener unos costes imprevisibles, incontrolables, la represión dura y pura que es en realidad en la que piensa en todo momento; incluso mucho antes de que aflore la más mínima protesta, ya los oligarcas,  han colocado a sus servidores a preparar la represión, dotándose de todo tipo de pertrechos represivos, porque saben que llegará el momento en que el pueblo tendrá que salir a la calle para hacerle frente al saqueo y la ruina en que tratarán de sumirlo. Lo saben muy bien y se preparan para reprimirla, contando para ello con todos los resortes pagados por los que, cuando llegue el momento,  serán reprimidos.

En ese intervalo de creciente tensión, pero aún sin la explosión generalizada, mas in crescendo –y lo sabe muy bien porque es ella, la oligarquía, quien lo provoca por sus medidas saqueadoras de los publico–, cuando se empieza a despojar de la cara amable, artificialmente utilizada,  y  a mostrar todo el aparato represivo, a pesar de la inutilidad práctica de su intervención; porque todo sigue igual de pacífico, aunque desearían justificar "algo" la presencia con algún atisbo de desmán por parte de los ciudadanos que justificara todo el enorme gasto que supone movilizar lo más selecto del aparato represivo, que nos cuesta mantener un dineral para que sea utilizado contra nosotros mismos. Y lo necesitarían porque así su aparato de propaganda–la inmensa mayoría de los medios en el pesebre o directamente de su propiedad–podrían explayarse, criminalizando al ciudadano que protesta, y justificar la represión  como  necesaria, para defender al propio ciudadano. 

Entonces,  ¿qué sentido tiene todo el espectacular despliegue  que tuvo lugar ayer en Barcelona, de policías especializados en reprimir al ciudadano descontento, salvajemente exprimido por la oligarquía, repetimos –con un costo carísimo que debieran dedicar en buena lógica a otros menesteres sociales–,  sin identificación, y con unos pertrechos como si fueran a enfrentarse a una legión de terroristas? ¿Cómo es posible que esas fuerzas represivas estuvieran en lugares alejados, pero visibles, siendo  innecesarias–salvo en la puerta de la Bolsa de Barcelona, que aunque tampoco las necesitaran, no hay que olvidar que para el Poder oligárquico y sus lacayos de los gobiernos,  la Bolsa es el Templo totémico de sus plegarias especulativas a los dioses del dinero, únicos en los que creen–;  porque estaban en lugares simplemente para que se les viera y se intuyera de lo que serán capaces de hacer para defender los intereses de la oligarquía cuando llegue el momento.

Sencillamente, se trata de ir creando las condiciones de miedo, de temor, de terror al ciudadano. De advertencia. De que sepamos que todo nuestro dinero, será utilizado contra nosotros, los ciudadanos. Se trata de desplegar una especie de "estética del terror", sutil todavía, perfectamente visible, para atemorizar a la población; no para  el momentos de ayer,  que sabían  mejor que nadie que era inútil, porque  aún lo controlan, sino para el futuro cercano que saben llegará por los terribles azotes que provocará el saqueo por esta oligarquía delincuente, insaciable, contra la mayoría de la población, que provocará desesperación y necesidad de defenderse de las agresiones, si no quiere regresar al siglo XIX, en cuanto a derechos sociales, e incluso a diversas formas de esclavitud, ya existentes en esta Europa teoricamente democrática. Esa es la única función del despliegue represivo de ayer: en terror al ciudadano. La estética del terror, que es tan vieja como el propio capitalismo.

U. Plaza