jueves, 7 de octubre de 2010

EL MISTERIO

Vaya por delante que en cuestión  de supersticiones carezco de conocimientos y de los arcanos que los propician, sean de la secta que sean. Pero desde casi siempre me he hecho dos preguntas fundamentales, entre otras, a las que nunca he obtenido respuestas satisfactorias por parte de los que debieran dármelas.

La primera:  cómo es posible que el jefe de la Iglesia católica tenga tan poca confianza en su jefe, su dios supremo, él que, si nos atenemos a sus afirmaciones, es su representante en la Tierra; y sin embargo fíe más su seguridad a una legión de policías y agentes infiltrados entre la muchedumbre, para salvaguardar su seguridad, al tiempo que pasea metido en una urna–el llamado papamovil–con cristales a prueba de balas, en lugar de fiarse del todopoderoso jefe. A la conclusión que todo observador alejado de las supersticiones que conlleva adorar a la secta, es que  son más de fiar los policías –mortales por otra parte–, que cuidan de la seguridad de tan importante representante del supremo dios, así como  los técnicos que han hecho posible que unos gruesos cristales impidan cualquier  indeseada eventualidad contra el jefe de la Iglesia.

La segunda: Cómo es posible que un dios tan poderoso, omnipotente, omnipresente y capaz de saberlo todo y decidir sobre todo lo hecho y lo que está por hacer, necesite intermediarios para llevar su mensaje, supuestamente benefactor a toda la Humanidad. No se entiende que pudiendo acabar con las injusticias de una forma inmediata, confíe esa tarea a lo que se ha dado en llamar sacerdotes, elegidos casi siempre entre los más canallas de la especie humana; que en lugar de evangelizar–anunciar la nueva buena–, apoyan a los poderosos y no dudan en ponerse al lado de aquellos dictadores–bendiciendo sus crímenes–, nada cristianos, si nos atenemos a eso del camello y la aguja. Eso sí que es un verdadero misterio.

U. Plaza