martes, 28 de junio de 2011

¿DE JEFE DE ESTADO O DE PASTOR?



El próximo mes de agosto se dice que vendrá a España el jefe del Estado del Vaticano. Como no  soy ducho en esas materias desconozco en calidad de qué viene, si como tal jefe del minúsculo  Estado, minúsculo pero poderoso y nada espiritual poder,  o como pastor de sus ovejas. Si se trata del primer caso, por haber sido invitado por el gobierno español,  es evidente que las autoridades tiene que rendir todos los protocolos que se les rinden a todo jefe de Estado extranjero, independientemente de lo que se piense de él, ya que las relaciones internacionales parece que deben ser así con toda su carga de hipocresía y puesta en escena.

Pero si el señor Ratzinger viene como pastor de sus ovejas,  en visita privada, invitado por éstas, el señor alemán, como pastor de su grey, no debe recibir ningún trato de favor; y mucho menos que sean los ciudadanos los que paguen su visita y su bochorno  boato oriental de rey –criticado por muchos católicos de base–, máxime cuando las arcas del Estado dicen que  están vacías para sanidad, enseñanza, pensiones y sueldos de trabajadores funcionarios, asistencia a personas dependientes etc.,  entre otros muchas partidas.  Además no debe ser recibido por los altos cargos del Estado en tanto que tales cargos, sino en privado, a título personal, si es que son parte del rebaño del pastor alemán, que en eso cada cual es libre de arrodillarse ante quien quiera y rendirle pleitesía.

Así que cada uno pague sus  aficiones si desea mantenerlas. Pero los ciudadanos que no sean adictos a la mismas no tienen por qué pagar nada: ni policías de protección, ni la escandalosa cobertura televisiva pública a la que nos tienen acostumbrados, en un alarde de sumisión lacayuna, en un Estado supuestamente aconfesional, cada día más en retroceso, sin que el gobierno "socialista" haga nada para situar a la Iglesia al margen del Estado, con una ley de libertad religiosa que separe de forma efectiva a la Iglesia del Estado y deje de ser una rémora económica para éste, y su permanente descarada intromisión en los asuntos civiles, incluso rebelándose contra las decisiones del parlamento.

U. Plaza