lunes, 8 de junio de 2015

RAJOY PIERDE LAS FORMAS


Mariano Rajoy nunca debió ser presidente del gobierno. Fue elegido por el dedo divino del tercer hombre del cuarteto de las Azores, Aznar –recordemos que también estaba  el ultra portugués Joao Barroso–. Y lo eligió, porque tal vez éste consideró que le resultaría más fácil gobernar él desde la sombra con un personaje de tan escasas cualidades como dirigente político, en lugar de optar por   otro que sí las tuviera. Aunque estuvo deshojando la margarita entre Mariano y Rato. Y tal vez llegó a considerar que éste último era demasiado espabilado y ambicioso y que eso le impediría sus manejos.

Pero cómo es sabido, cuando personajes como el presidente se sienten investidos de la púrpura del poder, se trasmutan; y no aceptan que nadie los aconseje, si el consejo no coincide con sus deseos.  Así que decidió ir por su cuenta.

Su labor se desarrollaba por el enmascaramiento de sus limitadas dotes políticas, facilitadas por un partido cesarista, de ordeno y mando, sin democracia interna. Como diría el General: “todos atentos al mando” cuartelero. Sus paniaguados le hicieron un cinturón protector para salvarlo de toda inclemencia. Con la mayoría absoluta, se sentía amo del mundo y la democracia, el parlamento, era puro formalismo.

 Lo que a todas luces era falta de liderazgo y capacidad para tomar las decisiones que requería su responsabilidad, se atribuyó a que su “meditación y análisis de hombre tranquilo le llevaba a no precipitarse.  Y al principio hubo quien lo creyó, porque la propaganda funciona. Aunque la mentira no se pueda mantener por mucho tiempo. Y pronto se vería que estábamos ante un fraude. Que lo de hombre analítico y templado era simplemente indecisión y mediocridad.

Se fue viendo cada vez más y más frecuente, que cuando afirmaba que haría respetar la ley, después era incapaz de hacerla cumplir, como muy bien se vio ante el desafío desde el propio Estado, del aventurero Mas y sus palmeros de la derecha nacionalista, en colaboración con la supuesta izquierda, que se pasaban por el forro la legalidad,  sin que el presidente fuera capaz de reaccionar; asustado ante los problemas, los dejaba pudrir, a la espera de que se solucionaran por sí solos,  a  que escampara, se decía.

Ni siquiera era capaz de tomar el toro por los cuernos y enfrentarse a verdaderas ruedas de prensa, con todas las consecuencias, y hablaba escondido tras una pantalla de plasma; y cuando aceptaba una rueda de prensa,  la selección de los “preguntadores”, de sus mediáticos, era evidente. O, en las vergonzosas “ruedas de prensa”, en las que no se admitían preguntas; algo insólito en un dirigente político democrático.

Cuando estalló el escándalo de “los papeles de sus tesoreros, y le envió los mensajes a Bárcenas, parecía el colmo, que no se podría superar, tras lo cual  dimitiría.  Lo habrían hecho dimitir como presidente en cualquier país de los llamados democráticos. Pero no sólo no dimitió, sino que elevó un escalón más el desprestigio de la institución que representaba, al mentir en el parlamento y no pasar nada. Parece que había demasiadas confidencialidades para que su partido tomara semejante decisión. El escándalo de los sobres  repartidos entre la cúpula del partido era suficiente para que el gobierno dimitiera y convocara elecciones. Pero en el ADN del partido de la derecha eso no se contempla. Los hábitos democráticos, existentes en otros lugares, tras casi cuarenta años de parlamentarismo, aún no han cuajado, y el bipartidismo  ha disfrutado de los privilegios alternantes y sin otra intención de modificar nada, que mantenerse el el poder para perpetuar el poder oligárquico, pactado en la llamada transición por los sectores del poder que tenían necesidad de lavarle la cara al régimen, para adecentarlo.

El PP, su partido, debiera haber tomado cartas en el asunto, y haber hecho que Rajoy se fuera a casa, para dignificar la institución democrática, o al menos no enfangarla más. Lo que sin duda habría aportado al partido de la derecha una pátina de partido democrático o menos autoritario, que diluyera de algún modo sus orígenes, mostrándose por primera vez una derecha democrática en España, nunca existente. Suponiendo que inmediatamente, hubiera abordado la plaga de la corrupción, principalmente en Madrid Y Valencia.  Pero no se hizo nada por preferir el pájaro en mano del poder, a la regeneración democrática.

Todo lo contrario. El presidente, en campaña electoral, ha ido ensalzando  y dando apoyo a los personajes corruptos, sin que eso provocara, ni en él ni a su partido la necesidad del menor cambio de táctica. Provocaba sonrojo ver cómo Ensalzaba  a Camps, a Matas, a Rita Barbará, sin darse cuenta de en la aberración en la que caía, sabiendo el fangal en el que estaban esos personajes. Porque si no lo sabía, todavía es mucho peor para quien se supone dirige un gobierno. Ninguna persona medianamente audaz hubiera caído en semejante dislate. Pero Mariano sí. ¿Por qué será? ¿Es prisionero de sus propios enemigos interiores por razones inconfesables? 

Su mandato, Rajoy lo ha podido llevar a cabo por que tenía mayoría absoluta. Y eso hacía que su soberbia de personaje mediocre le hiciera ver que tenía patente de corso y podía hacer todo cuanto quisiera, sin contar con el resto de la oposición. De haber tenido una mayoría limitada, y de haberse visto obligado a pactar con la oposición, se hubiera comprobado con mayor nitidez que a Rajoy le venía muchas varas ancho el traje de presidente. Porque es en esas circunstancias de mayoría simples es cuando se ve la talla política de un dirigente. Cuando ha de saber lidiar con propuestas y contra propuestas; negociar y llegar a cuerdos para llevar adelante el gobierno que, en teoría, representa a todos los españoles, lo hayan votado o no, sin que eso invalide quién tienen la última palabra como partido del gobierno. 

A Rajoy le basta el rodillo y las charlotadas de su secretaria general, la de los “contratos en diferido”... etc., y las ridículas explicaciones de los portavoces intentando justificar ante las Cámaras todo tipo de desaguisados cometidos por el rodillo de la mayoría absoluta.

Precisamente, cuando se tiene la mayoría absoluta es cuando un partido puede mostrase mucho más “generoso” y aparentar humildad, para negociar aquellas cuestiones presentadas por la oposición que considere razonables, en lugar de negarle el pan y la sal; lo que de hecho invalida al  parlamento. La falta de predisposición al diálogo es lo que ha convertido el PP en un partido con el que nadie sensato quiera pactar. Porque, hay que recordar, que ni tan siquiera acepta la creación de una comisión de investigación sobre la corrupción y sobre determinados personajes. Lo que, desde su punto de vista es razonable, por la avalancha de casos de corrupción del PP, pero nada democrática. Y mucho menos creíble que Rajoy haya tenido la más mínima intención de luchar contra ella. Sabía que aplastando a la oposición, llevando a cabo propuestas  antidemocráticas como la ley mordaza, nadie le discutiría, más allá del pataleo. 

Pero esas actitudes autoritarias han ido haciendo mella, no sólo en muchos ciudadanos, sino entre su propio electorado, que le dio la mayoría absoluta. Olvidando  Rajoy  de que su triunfo fue más fruto del “desastre Zapatero”, obediente a la Troika y a la Merkel como él,  que de sus méritos, o los del PP, enfangado e Valencia y Madrid. Y que con las políticas antipopulares que lleva a cabo, muchos de esos votantes migrarían de nuevo hacia las formaciones abandonadas, a las nuevas formaciones surgidas por la indignación creada entre la ciudadanía por el expolio de los servicios públicos, por la estafa financiera. O que muchos de sus votantes acabarían en la abstención ante la imposibilidad moral de votar a un partido con semejantes mimbres. 

Esas políticas contra los trabajadores y eso que se dio en llamar “clases medias” han llevado a Mariano a perder hasta las formas. Atacando, una vez celebradas las elecciones –otra cosa son las campañas que parece que lo aguantan todo–, al PSOE y a Pedro Sánchez por pactar con otros partidos, tildando de “antidemocráticos” dichos pactos. 

No digiere Mariano que el otro partido con el que se han partido prebendas y sostenido el régimen monárquico y sus privilegios le ponga los cuernos; a ellos que tan bien se llevaban para cortar el paso a los “intrusos”. 

Esas formas despechadas es todo lo contrario de lo que se espera que haga un dirigente político democrático, contra nadie que se haya presentado a las elecciones y obtenido apoyos ciudadanos. Un dirigente demócrata jamás se atrevería a tildar en público, de anti españoles, antidemocráticos, y mucho menos considerar que esos pactos no son hechos entre demócratas y que son  apocalípticos, porque es tratar a los ciudadanos que los han votado de idiotas. Aunque lo piense. 

Lo que abunda aún más en la falta de actitud de Mariano para gobernar. Porque no se olvide que a Sánchez tampoco le gustan los pactos. Y se sentiría más satisfecho pactar con el PP, como apuntaba González, erigido como defensor de las esencias llamadas “liberales”, es decir el gran poder del mundo económico expoliador. 

Pero también saben en el PSOE y sabe Sánchez, que ese camino de abrazarse al PP, es el más corto para hacer crecer a los criticados “populistas”. Y también para “pasokerizarse” a marchas forzadas, inmolándose  como su partido hermano heleno, por ayudarle a la Troika a empobrecer a los griegos ya pobres, donde lo que ocurre es que están propiciando un golpe lento contra Grecia, tratando de humillar al pueblo griego. Es la lucha por la supervivencia de los pueblos, no sólo del griego, sino de Europa, defendiéndose de no caer en la esclavitud que planifican los mercaderes y sus servidores. 

La política llevada a cabo por Rajoy, su soberbia, más las practicas y relación con el resto de los partidos, lo convierte en alguien con quien es muy difícil pactar sin dejarse muchas plumas en la gatera, con los diversos partidos en liza, por haberse ganado a pulso la repulsa de todos con su rodillo –la aventura de Rivera le puede costar muy cara a éste,  si acaba dándole la comunidad de Madrid al PP–.

Hoy, Mariano, sigue teniendo la mayoría absoluta en el Parlamento, pero su soledad es aplastante. Y no sólo ante sus contrincantes políticos, sino frente a los enemigos interiores del PP, que han visto que los electores les han dado una patada a Rajoy, en sus culos, propiciando la pérdida de sus poderes en ayuntamientos y parlamentos regionales.

Desde luego, ¡menuda racha!: casi ocho años de zapaterato irresponsable–, tras los ocho del belicoso Aznar. Zapatero, un dirigente con escasas tablas, que desconocía las esencias manipuladoras y antidemocráticas del nacionalismo, de todo nacionalismo, también del español, con aquello de: “Pasqual,  aceptaré lo que el parlamento catalán decida”. Lo que es una metedura de pata de un novato absoluto, que alguien en el PSOE debió haberle enmendado; y cuatro de Rajoy que parecen una eternidad, por la decisión de Tío del “cuarteto de las Azores. 

Pero lo que es evidente es que ni al PP ni al PSOE les gustan los cambios que ellos con sus políticas han propiciado de mano de la Troika. Y ni a los unos ni a los otros –hablamos de los dirigentes, no de los militantes o votantes–, y que harán cuanto esté en sus manos para impedirlos o frenarlos echándoles el agua al vino que puedan. Los cambios sociales nunca van al ritmo deseado por los que luchan por ellos. Y serán duros porque el enemigo de la democracia es muy grande. Pero o hay un cambio que rompa con el expolio, o los ciudadanos se implican de forma decidida a que no les roben el futuro ya tan oscuro para los jóvenes, o ese futuro será la barbarie. A estas alturas donde nos han llevado los mercaderes financieros y sus servidores, no hay término medio: o triunfa la civilización, o lo dicho, será la barbarie. 



Ubaldo Plaza