lunes, 30 de mayo de 2011

HIPOTÉTICA CARTA DEL HIJO DE UN MOSSO DE LOS DE PLAZA CATALUÑA, A SU PADRE

"Querido papá: hoy,  en lugar de hablar personalmente contigo, lo hago desde un rincón de mi cuarto, avergonzado.  Cuando esta mañana he ido a la escuela, mis amigos, mis compañeros, me han mirado con cierta tristeza al saber que soy el hijo de uno de los policías que el pasado viernes estuvieron apaleando a pacíficos ciudadanos en la Plaza de Cataluña.  La clase, y hasta el recreo, la hemos dedicado a ver los vídeos en los que se ve todo muy claro. No me lo podía creer. No me podía creer que  mi padre, al que adoro, fuera capaz de semejante atrocidad.  Tú siempre me habías dicho que tu trabajo era perseguir a los malos, a los delincuentes, en definitiva, defender a las personas horadas contra aquellos que alteran la convivencia. Y yo siempre te había creído. Porque consideraba que así era. Hoy, sin dejar de quererte, porque eres mi padre, ya no estoy tan seguro de que sea así. Es más, estoy más seguro de que no lo es.

Porque, aun con mi todavía corta edad y no comprender muchas de las cosas,  sí he aprendido algo terrible: que mi padre me ha mentido. Que mi padre no es el buen hombre que yo había creído que era. Que lo de "luchar contra los malos" es muy discutible,  peor, mentira. Porque, ¿quiénes son los malos, papá?  ¿Los son esas personas que estaban pacíficamente en la Plaza? Me he informado y todos mis amigos y el profesor, hemos hecho una clase que me ha servido mucho más que todas las que he venido recibiendo hasta ahora: una clase de civismo y de ciudadanía. 

En ella, en esta clase,  hemos aprendido cosas que tú nunca me dijiste y debieras haberme dicho: que tú obedecías órdenes aunque fueran inmorales,  porque los que las daban no eran precisamente los buenos. Porque he sabido, querido papá y te  escribo esto con lágrimas en los ojos, decepcionado y compungido,  porque hubiera deseado que el mundo se hundiera antes que tener que reconocer que tú, mi padre, habías sido capaz de apalear a pacíficos ciudadanos, como a los padres de mis amigos que estaban en la Plaza, algunos de los cuales están heridos, y de gravedad. Porque unos malos, los que te han dado la orden de apalear, y tú, cobardemente, no has sabido rechazar, con el lógico argumento de que no eran alteradores del orden ni delincuentes, sino pacíficos ciudadanos que protestan, así lo han decidido. Y te han enviado a ti a defender sus riquezas, dando palos. Sí, papá, personas que protestan como tú debieras protestar, si como le dijiste a mamá, también te han bajado el sueldo, mientras que los sueldos de los que te han mandado a apalear a tus semejantes, son de escándalo, según dicen mis amigos y tú le comentas de vez en cuando, visiblemente enfadado, a mamá.

Pero es que además, querido papá, me entero de que has estado defendiendo con tus palizas a esos pacíficos ciudadanos, el que yo  no pueda tener una Sanidad Pública ni una Enseñanza decente como hasta ahora, porque los que ya considero, sin ninguna duda los verdaderos malos, tus jefes, quieren privatizarla y hacer negocios con ellas. Y yo, y millones de chavales como yo, que dependemos de unos sueldos míseros, según tus palabras dichas a mamá, tendremos una sanidad y una escuela escuálidas y elementales, y sólo los ricos, los malos, los que te han mandado apalear a pacíficos ciudadanos, repito, podrán tenerla como es debido, y que además se las pagarán los ciudadanos apaleados. Porque eso es lo que he aprendido esta mañana de vergüenza en la escuela, que las personas que estaban allí protestando, no eran delincuentes, sino ciudadanos que no quieren que yo, y sus hijos, dejemos de tener acceso a una sanidad pública de calidad y una enseñanza moderna que nos trasforme en ciudadanos capaces de pensar y convivir, y no en meros borregos obedientes de tus jefes, como para mi vergüenza has hecho tú.

Y tú, querido papá, has ido a defender todo los contrario apaleando a quienes luchan para que tus jefes, repito, para mí los verdaderos malos desde ahora, dejen de hacer negocios con la enseñanza y con la sanidad. Perdona mi insistencia, pero es que yo también estoy desde ahora indignado a pesar de mi corta edad. Porque soy un niño, pero aspiro a ser un ciudadano con dignidad, esa que tus jefes, los malos,  los mercaderes, nos quieren arrebatar. Y tú colaboras para que así sea.

Sigues siendo mi padre y siempre lo serás, y te sigo queriendo y siempre te querré, porque es eso lo que deseo. Pero algo se ha roto entre nosotros. Algo que sólo se aliviaría si pidieras disculpas y denunciaras a tus jefes como verdaderos culpables. Sí, eso mismo que tú exiges cuando yo o mi hermana hacemos alguna cosa que está mal y que nos recriminas. Y que además, nos aseguras, que honra y satisface más al que las pide que al que las recibe.

En la clase, querido papá, se ha dicho que si obedeces órdenes no puedes echarte atrás, que has de cumplir. Y no es cierto porque hemos sabido que las órdenes injustas, antidemocráticas, no se deben obedecer, si no se quiere renunciar al derecho ciudadano. Y tú has obedecido una orden muy injusta, la del malo. Además,  el profesor, magnífico profesor como sabes, es posible que no venga más a clase dentro de poco tiempo, porque los que te mandan a ti que apalees a la gente pacífica, lo van a despedir. Dicen que lo camuflan con palabras como "ajuste", u otras parecidas que no comprendo muy bien.  


Hemos aprendido muchas cosas, entre otras que no hay democracia, que sólo es un nombre hermoso que es utilizado por  los poderosos, repito, como tus jefes, para sus negocios. Y también que la soberanía, o "la autoridad",  en teoría, porque como no hay democracia, no es verdad, está en manos del pueblo. Y que éste la cede a unos ciudadanos para que la utilicen en defenderlos, no en atacarlos como has hecho tú por orden de "los malos".  Hemos aprendido que es una autoridad delegada, porque cada ciudadanos ha de tener una tarea determinada. Igual que cuando nos ponemos enfermos, delegamos la autoridad al médico para que pueda revisar nuestro cuerpo, para que cure nuestro mal.  Como hacemos con el resto de nuestros conciudadanos. Delegamos en el carpintero, el mecánico, una autoridad para que nos haga la mesa o repare nuestro coche, sin que esa autoridad sobrepase los límites de su función. Tampoco tú podías sobrepasar esos límites que están, a mi parecer, según hemos aprendido en clase,   justo en perseguir el delito y no a las víctimas de tus jefes, lo malos.

He tenido suerte de que el profesor haya sido capaz de ordenar y dirigir la clase, eliminando todo resabio contra mí, por saber todos que yo era hijo tuyo, de lo que me sentía orgulloso, hasta hoy. La visión de los   vídeos donde se ve apalear a la gente pacífica,  les ha cambiado el "chip" a mis amigos sobre "el orgullo de ser hijo de un policía". Y, lo siento, papá, a mí también. No volveré a mostrar ante los demás mi condición de hijo tuyo como poli, porque siento vergüenza de tu comportamiento el pasado viernes para defender los negocios de tus jefes, los malos. Eso sí, siempre te querré. Y perdona que, en lugar de decirte todo esto en casa, te lo haya escrito. Me hubiera sido imposible, de hecho me es imposible por ahora, mirar tu cara y besarla, como antes.  Me parecería que estaba hablando con un defensor de "los malos", y eso me confunde y trastorna. 
Tu hijo que te quiere. 
Pablo".

U. Plaza

EL MOVIMIENTO ASOCIATIVO, FUNDAMENTAL PARA LA DEMOCRACIA

El movimiento asociativo creado en los últimos años del franquismo, jugó un papel muy importante en la lucha contra la dictadura, logrando, incluso en aquellas  condiciones adversas conquistas muy importantes, sobre todo en el movimiento vecinal obligando a los jerarcas franquistas de los ayuntamientos a mejorar las condiciones de los barrios, en particular de las periferias, abandonados hasta en lo más elemental. 

La llegada del PSOE al gobierno en 1982, con Felipe González como presidente del gobierno,  partido casi inexistente en la lucha durante la dictadura. Como se comprobó de inmediato, una de las tareas que se impuso fue el desmantelamiento del movimiento asociativo. Para tal fin los nuevos jerarcas del poder utilizaron métodos muy sutiles, obviamente,  que los utilizados por la dictadura, que lo hubiera deseado, pero más letales al fin para los intereses de los ciudadanos.  El mero hecho de que se fuera introduciendo la idea entre muchas asociaciones, fuertes y combativas  hasta ese momento, de que la subida al gobierno de los socialista–de la izquierda, "de los nuestros", se decía–hacía innecesarias las asociaciones como órganos de lucha reivindicativa, para convertirse en meras coordinadoras de los deseos de los vecinos, que trasladarían sin demasiado ruido a los alcaldes, y que estos, como máximos representantes, solucionarían los problemas.

Pero esa visión política, perfectamente programada por los nuevos jerarcas, para que tuviera el éxito planificado por sus estrategas, en cuya cúpula, naturalmente estaba Felipe González y la dirección del PSOE, y en Cataluña el nuevo invento creado de la nada socialista por la burguesía nacionalista catalana, el PSC, todavía con el señuelo del subtítulo PSC-psoe,  había que vestirlo y besarlo, como al santo, por la peana. Empezaron ofreciéndoles algún carguito o puesto en las listas municipales a algunos de los dirigentes vecinales, con el señuelo de que estando ellos en los ayuntamientos, se colocaban en el centro de las decisiones, y que desde allí podían incidir mucho más en cambiar las cosas. ¡Y vaya si cambiaron! Algunos, los menos, honestamente lo creyeron, hasta quedar defraudados y abandonaron. Otros se deslumbraron con las alfombras, y sobre todo con las nuevas amistades, y posibilidades que se les ofrecía ante su vista. Posibilidades personales, claro. Se sintieron con poder. Muchos de los que antes se desgañitaban en alzar la voz reivindicando, se convirtieron  en realidad en el dique que impedía que las reivindicaciones prosperaran, por la razón que fuera, o a lo sumo soltaban algunas migajas insignificantes.   Le encontraron el gusto al coche oficial, a no tener que ir al tajo, y de disponer de un sueldo que jamás hubieran soñado. Estas prácticas desilusionaron a los vecinos en sus asociaciones, y salvo unas cuantas muy conscientes, que se mantuvieron como verdaderos numantinos,  la mayoría, aunque nominalmente seguía existiendo, eran más parecidas a una coordinadora de festejos que otra cosa, que el alcalde procuraba engrasar, para que así siguiran.

Se hizo de forma imperceptible al rpincipio, después descaradamente. El reciente y reluciente poder, que ya había empezado a cambiar la pana por el Armani,  las chaquetas de cuero de los mítines, por los fracs  de los actos oficiales, en los que se sentían henchidos como pavos reales invitados a la fiesta del rey de la selva–los banqueros–.  Y lo de compañero se había dejado para cuando se organizaba un acto de partido para que los nuevos amos del tinglado, en perfecta armonía con los anteriores de la dictadura,  recibieran  el aplauso enfervorecido, entusiasta, que aun los ensoberbecía más.  Y, como dijera el jefe,  para "morir de éxito".  Y desde luego lo tuvieron; tanto fue así que a pesar de que se empeñaron en ir liquidando conquistas sociales de muchos años, como el Estatuto del trabajador de Suárez, muy favorable a los trabajadores, una y otra vez ganaban las elecciones, porque "eran de los nuestros". Y claro, los "nuestros" fueron desmantelando todo aquello que previamente molestaba al poder, con el consentimiento ciudadano por su acrítica parálisis social  reivindicativa.  

La ingenuidad de creerse que por el hecho de que estuviera en el gobierno un partido que se llamaba socialista, que repito estuvo ausente en la lucha contra el franquismo, salvo honrosas excepciones individuales,  iba a solucionar los problemas sin que los ciudadanos lo exigieran,  era fruto de la falta de cultura política que anidaba en la sociedad, cuya parálisis mental se potenciaba desde  las instituciones. Y el populismo demagógico joseantoniano del jefe de filas, reducía la participación social a sus deseos de no ser  molestados y que a le gente  les bastara con ir cada cuatro años a echar el voto, para que ellos, sin la intervención ciudadana, hicieran lo que se les antojara, ¡y vaya si lo hicieron!  Y lograron, no sólo liquidar el asociacionismo vecinal, sino que domesticaron a los sindicatos llamados mayoritarios, convirtiendo a sus cúpulas en meros beneficiarios del sistema, que "protestaban", de vez en cuando, más para justificar su existencia, y como dique de contención, para que no pudiera haber alternativa. 

Por esta dura historia impuesta, y por puro sentido común por la larguísima y amarga experiencia, es fundamental,  que el Movimiento Democracia Real, Ya,  o  Movimiento 15-M, o Ágora o como al final acabemos llamándole, siga en la brecha, organizando a los ciudadanos, piensen como piensen, sin que haya líderes susceptibles o proclives al chalaneo. El señuelo de que desde las instituciones dentro de un partido de los que existen hoy,  con sus vicios tan arraigados, se puedan cambiar las cosas, ya no puede colar. Y sobre todo la conciencia que poco a poco debe ir calando entre la ciudadanía, de que haya quien haya en el gobierno, sobre todo mientras no se democraticen de verdad las instituciones, pero incluso siendo así;  y más si están "los nuestros", porque el poder tiende al autoritarismo, y como sabemos, los llamados "nuestros" pueden ser tan corruptos como "los otros", hay que mantener a las asociaciones como entes reivindicativos y de lucha.  Y abortar cualquier intento por parte del poder de integrarlo en su pesebre, a golpes de talonario, que como sabemos pagamos nosotros. Y que la Asamblea sea el único órgano de decisión, sin que ningún portavoz tenga otra autoridad que esa, la de llevar la voz de la Asamblea. De lo contrario volveríamos a perder una gran oportunidad, quizá para generaciones, como ya ha costado, desde aquella traición de la transición del reparto, en regenerar la ética perdida y los comportamientos de los políticos, convertidos en casta aparte muy bien remunerada, sin relación con los problemas ciudadanos, a los que les preocupa más contentar a los poderes fácticos–la Banca y la Iglesia, entre otros– que a los que en teoría  representan, los ciudadanos.

U. Plaza