lunes, 22 de noviembre de 2010

LA DILAPIDACIÓN DEL CAPITAL POLÍTICO DEL SEÑOR MONTILLA


El señor Montilla, el todavía Presidente de Cataluña, podría en estos momentos estar a punto de ganar las elecciones catalanas si no hubiera dilapidado todo el capital político que en parte los ciudadanos catalanes depositaron en él hace cuatro años.

El señor Montilla fue visto hace cuatro años  por muchos trabajadores  y clases populares que siempre le dan el voto al partido socialista, al PSOE, en las elecciones generales, pero no al PSC, como alguien diferente a todos los candidatos que hasta la fecha se presentaban representando al partido socialista, pero que en realidad los veían como  parte de la burguesía, y con poca diferencia con los otros de la derecha nacionalista de CDC. 

Por esa razón una parte del electorado socialista, le dio su voto, pero no masivo, con expectativas de ver cómo se comportaba. El hecho de que un andaluz de clase baja rompiera el corsé y se colara entre los elegidos del selecto club de la política, que los nacionalistas  consideran propio, ya era un hito. 

Se esperaba de él que pusiera un poco de racionalidad en la disparatada política catalana del victimismo, utilizado permanentemente como arma política por los sectores de la derecha catalana, a sabiendas de que mienten y manipulan a los ciudadanos.

Pero resultó todo lo contrario: Montilla se dedicó desde el primer momento a hacerse querer y a hacerse simpático a un sector que jamás le votará, pero que sí ha sabido utilizar sus complejos para sacar provecho y situarse en mejores condiciones para quitárselo de encima, y alejándose el presidente  de sus naturales votantes. Pero él no se daba cuenta y se creyó el gran redentor porque le doraban la píldora cuando hacía el gran esfuerzo, loable, de hablar catalán, a pesar de sus dificultades.

De no haberse sentido acomplejado, Montilla, como presidente de todos los catalanes, hubiera hecho un discurso y una política acorde con lo que se supone debe ser un presidente de todos,  pero con una determinada ideología, la socialista. Porque los otros, Pujol, aplican sin complejos la suya de derechas, como la aplicará Artur Mas si es presidente. Porque para eso es para lo que se supone existen los partidos. Y no como ha venido haciendo el presidente Montilla que ha sido una mala copia  del adversario, defendiendo sus postulados ideológicos.

Montilla, como presidente de los catalanes, debiera haberse despojado de todo intento de manipulación de sus compañeros nacionalistas de su partido; de sus adversarios y de todo aquel que en realidad quería que llevara el agua a sus molinos, y no al de la inmensa mayoría, de sus votantes, pero también de los ciudadanos. 

Sin ningún tipo de complejos debiera haber defendido ambas lenguas, catalán y castellano, con afán y decisión; hablar indistintamente en cualquiera de ellas en el parlamento, sin hipotecas, sin hipocresías demostrando que era él quien decidía sus actuaciones y no los demás que lo vigilaban de reojo por si se excedía en su supuesto  españolismo. Hasta creó la ficción de enfrentamientos con el PSOE, con el mismo al que ahora pide que le envíen comandos salvavidas para ver si convence a los abandonados votantes, de que  esta vez sí hará de socialista. Esta vez será auténtico, con el mensaje de los dirigentes de un maltrecho Zapatero y Rubalcaba, sobre todo después del papelón que han hecho, con su silencio cobarde con la dictadura marroquí masacrando a los saharauis.

Tan lejos llegó Montilla con su síndrome de Estocolmo nacionalista, que los demás lo dejaron que se ahorcara políticamente dándole cuerda, cuando contra toda lógica en un gobernante, convocó, desde la institución que representa, una manifestación que derivó en exaltación del nacionalismo patriotero, por no decir algo peor, donde incluso fue agredido por algunos amamantados desde el extremismo independentista, cercano a sus socios.

Cuando convocó la elecciones, y le vio las orejas al lobo convergente, quiso rectificar, apelando a los olvidados electores, que lo habían apoyado; pero no fue lo suficientemente contundente, ni mucho menos creíble. El síndrome continúa y ni siquiera en el debate de la televisión, donde bien pudo hacer un guiño a su electorado, defendiendo que en Cataluña hay dos lenguas, ambas no sólo oficiales, sino reales, contra ese discurso engañoso de la derecha nacionalista, de que la lengua de Cataluña es el catalán, como dijo el delfín del Pujol, sino ambas. Porque  las lenguas no las hablan los países, las tierras, las ciudades o montañas, sino las personas. Y la realidad es la que es, no la que se quiere imponer con delirios o inventándose la Historia. Y, está demostrado, que la peor manera de defender algo, es imponiéndolo,  y menos con sanciones. Otra cosa es que se haga lo posible para fomentarlas allí donde sea necesario y al nivel que se necesite, o deseen los ciudadanos.

En estos momentos, de haber hecho la política que interesa a la mayoría de los ciudadanos, a Montilla no habría quien le mojara la oreja, y menos por un partido de la derecha, partido millerado o pretoriado por el Palau de la Música entre otros; partido que aplicará la política ya añeja y reaccionaria de su inventor, Jordi Pujo, y que por o tanto, de cambio, nada de nada. Será más de lo mismo, a peor. 

Porque todo hay que decirlo, a pesar del desastre del tripartito, más atribuible a sus dos socios, nacionalistas e independentistas, y sobre todo a ERC, que Montilla no supo o pudo evitar, muchas cosas las ha hecho moderadamente aceptable. Pero lo más visible ha sido su disparatada política de sanciones, propias de ideologías reaccionarias y el abandono de su base electoral, pensando que la gente se olvidaría del desastre. Y parece que lo va a pagar. Sobre todo porque al no rectificar de forma contundente los errores, lo que perciben sus desertados electores, es que si vuelve a ganar, aún sería peor la conversión al nacionalismo del señor de Iznájar. Ya se sabe que el peor creyente es el converso. Y que para ese viaje, no hacen falta alforjas ya que entre una copia nacionalista y un original–deben pensar–, mejor éste último, ya que así podrán criticarlo, por no haberlo votado ellos. Así que se quedarán en casa, repitiéndose por enésima vez, que cuando la izquierda hace políticas de derechas, es ésta la que acaba decidiendo. Es algo que persigue a la socialdemocracia, e incluso a la mayoría de la izquierda.

U. Plaza