miércoles, 7 de noviembre de 2018

EL SISTEMA, LOS PODEROSOS CORRIGEN EL TIRO


Que el capitalismo fabrica los instrumentos necesarios para luchar por su permanencia, es harto sabido. Y que a sus naturales crisis cíclicas añaden las creadas en cada momento para tapar algunas de las grietas que les puedan aparecer al sistema, está en sus manuales, a veces ni siquiera escritos, pero sí presentes.

Sin duda, al hecho de que las clases populares tuvieran cierto respiro con lo que llamamos sin demasiada base real “estado del bienestar” (sólo del mundo desarrollado, que el el llamado Tercer Mundo los ataques son continuos y en aumento, por cualquier método, con agresiones bélicas principalmente, o presiones sobre los gobiernos que se atreven con tímidas reformas) era demasiado para los poderosos, que desde siempre han pergeñado la posibilidad de retornar en cuanto a derechos sociales, al Siglo XIX, y si era posible, más atrás. 

Se decía que en una sociedad avanzada y tecnificada, el capitalismo, los amos que se apropiaron de los medios de producción, no podrían rebajar los derechos de los trabajadores, toda vez que era necesario personas muy cualificadas, muchos universitarios; que un ingeniero, un médico, un científico, no se prestaría semejante explotación con sus capacidades. 

Estamos viendo cuán falsa era esa afirmación. Hoy hay montones de personal muy capacitada –ingenieros, científicos, médicos y de otras profesiones altamente cualificadas, engrosando los precarios puestos  en los supermercados y todo tipo de trabajos, con sueldos de miseria; e incluso cuando tienen la suerte de trabajar en lo que han estudiado, son míseramente pagados, mientras las cuentas de resultados de los amos del tinglado, aumentan invariablemente paralelo a la miseria que generan en la sociedad.

Que una de sus cíclicas crisis haya sido aprovechada para liquidar derechos conquistados desde hacía un siglo, pergeñando una monstruosa Gran Estafa Político Financiera, lo confirma: el abismo ya existente entre las clases populares –los trabajadores y las llamadas clases medias– y los grandes estafadores del mundo empresarial financiero, es algo que desde siempre han acariciado los poderosos. El pacto que se llevó a cabo por la socialdemocracia tras la Segunda Guerra Mundial, que de alguna manera mantenía un grado aceptable de derechos sociales, ya hacía tiempo que los grandes gurús del expolio no lo aceptaban y venían acariciando la idea de liquidarlo desde hacía tiempo. 

El sistema tiene instrumentos muy bien elaborados para mantenerse, frente a las inmensas mayoría de desheredados. Esos que algunos vaticinaban que en el mundo desarrollado y próspero, tendían a desaparecer. “Ya no hay proletarios, los nuevos trabajadores están en otro plano, la lucha de clases desaparece por sí misma”. Lo que ha ocurrido es todo lo contrario: los que antes se consideraban no proletarios, pese a que eran igualmente explotados, aunque no fueran conscientes, hoy son el grueso del proletariado, eso sí, sin concentración trabajadora, que dificulta su lucha, pero no la anula, ni mucho menos. 

La agresividad insaciable de los amos del sistema, consideró llegado el momento para volver a lo que desean: mantener a las clases populares bajó mínimos, con ejércitos de reserva de parados de millones de trabajadores; con sueldos de hambre los que logran un trabajo, al mismo tiempo que las grandes fortunas se incrementan de forma escandalosa, por decisión política de sus servidores, los gobiernos a su servicio.

Todo movimiento y actuación en las alturas está milimetrado por sus decisiones políticas, policiales o judiciales, lo que constituye la estructura dictatorial, de todo sistema, por más que se insista que vivimos en una democracia. Todo está elaborado para que todo les funcione. Si es necesario provocarán las guerras que les convengan para que se cumplan sus fines de expolio. Y si esas guerras se pueden llevar lejos, tanto mejor, porque así las justificaran con cualquier mentira, que sus medios de difusión y propaganda difundirán para que nos las creamos. Y si algunos gobernantes de algún país intenta suavizar el sufrimiento de sus pueblos, tratarán de ahogarlo económicamente, y si lo consideran, darán un golpe de Estado, para que no levante cabeza y sean un mal ejemplo para otros pueblos oprimidos de su entorno.

Y sus medios harán propaganda de sus “reparadoras guerras necesarias, para llevarles la democracia”, y se volcarán en verter mentiras, tildando de “terribles dictaduras” a esos pueblos rebeldes para convencernos de lo malo y peligroso que es intentar romper las cadenas. Y que aceptemos que la esclavitud camuflada del siglo XXI, no es tan mala, o que podría ser peor. 

Todo el sistema es una estructura que van modificando en función de las necesidades que corresponda a cada momento. Nada se les escapa, y cuando eso sucede, lo corrigen de inmediato. A veces caemos en la trampa de considerar que aunque la justicia no es igual para todos, a veces, los grandes delincuentes, sí pagan y van a la cárcel. Es un espejismo. 

Cuando vemos que la Justicia castiga a algunos de los prebostes del sistema, porque incluso siendo éste injusto, rompen hasta sus propias reglas, y son condenados a unos meses o años de prisión (ser condenados estos personajes, no significa cumplirla en su totalidad), no es más que una forma de engrasar el propio sistema, para que muchos incautos consideren que viven en el mejor de los mundos, en el que, pese a todo, de verdad hay justicia, y los que la hacen la pagan. Sirve como cortina de humo para que la gente se olvide de los miles de estafadores “legales”, que nunca pagarán por sus fechorías –políticos, banqueros esclavistas que se hacen llamar empresarios, y una larga lista conocida por todos–. Son daños colaterales del sistema; algunos van a la cárcel, eso sí, dulcificada de mil maneras, que tampoco se trata de que sufran como los demás mortales, ¡sólo faltaría!

Todo eso es posible, mientras no se toque el núcleo de los intereses verdaderos que sostienen el tinglado. Ah, pero si lo que se pone en cuestión es ese núcleo, el verdadero poder, el financiero, que es quien lo decide todo, entonces son palabras mayores. Entonces saltan las alarmas, se pone en marcha el mecanismo sin el menor sonrojo, y lo corrigen; es de pura lógica del sistema. La lucha de clases, los poderosos, el gansterismo, la tiene siempre presente, cosa que algunos que dicen defender a las clases populares la hayan olvidado. 

Que unas sentencias firmes, favorables a las clases populares contra los grandes poderes económicos, se haya modificado porque “ponía en peligro el sistema financiero”, es de una aplastante lógica en este sistema. Han corregido el tiro, no por la importancia de la cuantía económica, eso es una falacia, sino porque también es un mal ejemplo que podría contagiarse por jueces honestos que de verdad creen en la Justicia.

El sistema financiero no se podía poner en peligro. ¡Faltaría! Nada que decir de la puesta en peligro de forma escandalosa, la vida de millones de personas, con desahucios, enfermedades de todo tipo, y la liquidación de las esperanzas de varias generaciones, hundidas en la miseria, reducidos a meros esclavos del siglo XXI, mientras que durante la Gran Estafa Político Financiera, las grandes fortunas se incrementaban de forma exponencial. 

Como la lucha de clases no sólo no se ha acabado, sino que va camino de proletarizar la inmensa mayoría, solo cabe que las clases populares, como viene pasando desde siempre, se organicen para la lucha, adaptándose a las condiciones actuales, pero con los mismos objetivos. Todo lavado de cara no es más que adecentar el sistema. Es una lucha larga, tan larga que es paralela a la Humanidad. Renunciar a eso es aceptar la esclavitud, aunque la adornen de modernidad. Y no cabe desespero, la lucha es larga, pero, como todo tiene un fin. Y las contradicciones del sistema lo aceleran. Y, en la medida que se agudicen, los servidores, los gobiernos, se volverán más agresivos, y utilizaran todos los medios a su alcance, los ya mencionados y otros. Para eso tienen servidores, desde economistas–sicarios, hasta sectores supuestamente progresistas. 

Ubaldo