domingo, 8 de diciembre de 2013

EL PRECIO DE LA AVENTURA

  

 El jefe de la extrema derecha catalana presiona a los tontos útiles. Además de poner en evidencia la mediocridad de un Artur Mas que en su fuga hacia adelante, como un guerrero del antifaz, creía que podría controlar el desvarío del talibanismo, en provecho propio, para que la gente se olvidara del desastre de su desgobierno, que está expoliando los servicios públicos para enriquecer a los mercaderes amiguetes con la salud y la vida de los ciudadanos. Al Mesías Artur Mas le ha crecido ese monstruo de Frankenstein al que ha ayudado a desarrollar, sin siquiera haber creído ni por un momento en él.  Ahora no puede controlarlo y lo está devorando, cayendo su partido en picado, porque los que están por la aventura, prefieren el original  de  la extremaderecha a la copia improvisada del nuevo Mesías; y los que siempre han apoyado a CiU, un electorado moderado y nada adicto a las aventuras, se le retira asustado. 

Y lo "iniciativos" –también enteramente comprometidos los de EUiA con los objetivos de la burguesía–, creyeron que arrimándose a los amos del tinglado les iría muy bien en sus objetivos de aparecer como parte integrante del invento, como socios del caudillo Mas y el amo ultraderechista Junqueras. Y que esa descarada entrega a los deseos de la derecha de Convergencia-ERC les aportaría los correspondientes réditos políticos. 

Se arrimaron a los proyectos de la derecha en lugar de combatirla en sus desmanes sociales, colaborando con ella, aunque sólo fuera no haciendo nada en contra de los saqueos de lo público. Porque –seamos benevolentes– están distraídos en los desafíos, que son ya más que de Mas, de Junqueras, el verdadero amo de la cosa del desvarío patriotero, de tan trágicos resultados para las clases populares.

Los que, aún contra toda lógica, se siguen llamando de izquierdas, han caído en su propia trampa de ser más conversos que nadie –más los de EUiA, que los de IC ya les viene de lejos, desde que liquidaron al PSUC– y no saben como deshacer el entuerto. Sobre todo después de que el PSC le viera las orejas al lobo del desapego de su electorado obrero y charnego, que cada día aumenta su deserción. 

Porque los iniciativos saben muy bien que si ellos se desenganchan también, todo se habrá acabado. El problema es que en su seno, los iniciativos tiene algunos dirigentes que están más cerca de las aventuras del facherío de la derecha –con barretina, eso siempre–, que de una formación socialdemócrata y de la pequeña y mediana burguesía,  que es lo que son realmente, aunque traten de engatusar a las clases populares diciendo que son de izquierdas; e incluso herederos del PSUC –al que le dieron sepultura, pero que usufructúan su larga lucha–, lo que cada día es menos creíble. 

Junqueras los ha puesto a parir –sin mencionarlos– y los ha comprometido a que decidan, si aceptan la totémica y hasta orgásmica pregunta en la que figure inequívocamente la palabra independencia. En lo que llevan mucho tiempo sin ponerse de acuerdo, porque cada uno mira sus intereses electorales, que tampoco hay que ser tan patriótico, cuando lo que se ventila es el interés de la pequeña tribu y el lugar de sus bien remuneradas posaderas.  

Si aceptan las imposiciones de los ultras, se habrán quitado del todo la careta de partido progresista de la clase obrera y popular, con lo que gran parte de su electorado obrero abrirá los ojos y rechazará semejante dislate. Y si no pasan por el aro de la extrema derecha de ERC, ésta los acusará de haberse rendido y haber frustrado el viaje a la Tierra Prometida –nunca mejor dicho después de la actitud vergonzosa de Mas con el Estado terrorista de Israel– y haber acabado hundido en el río Besós. 

Es lo que pasa cuando una formación política  juega con las cartas de otros.  Porque en ese juego si gana, los dividendos se los embolsa el contrincante dueño de la baraja. Y si pierde le echan las culpas de no haber sabido jugar bien. 

La única salida, tanto para los de CDC como para los inciativos, es asumir los costes de sus errores, recomponer el tablero y empezar y cambiar de juego. Es difícil, pero seguir con el mismo juego los puede dejar desplumados a todos –a los ciudadanos en primer lugar– menos a los de Junqueras, aunque a la larga, también. Es el precio que habrán de pagar por el riesgo y la aventura secesionista.

Ubaldo Plaza