sábado, 25 de agosto de 2012

EL TÚNEL DEL TIEMPO DEL SEÑOR WERT



El antiguo tertuliano de la tv basura y hoy ministro, José Ignacio Wert se supera así mismo cada día que pasa.  Y sobre todo nos confirma a los españoles en la idea ilógica de que en España cualquiera puede se ministro.

Cuando supimos la decisión del primer ministro Rajoy de nombrar a tan pintoresco personaje, nada menos que ministro Educación, y otros añadidos, nos pareció un chiste de mal gusto, que sería desmentido de inmediato por el sentido común; no nos lo podíamos creer. Sabíamos de sobra la disparatada ocupación de la política por personajes que, en una situación de  normalidad democrática, no ocuparían, ni de lejos, no un ministerio, sino  ni siquiera plazas de porteros o ujieres, para cuyo cometido hay que tener méritos y habilidades. 

Ahora, el señor Wert, en lugar de morderse la lengua y aceptar la sentencia del Tribunal Supremo, que rechaza que los colegios segregacionistas sean subvencionados con dinero público–no que no existan colegios privados que separen a niños y niñas, como la propaganda del régimen trata de hacer creer–, dice que como no le gusta lo que ha decidido el máximo tribunal, cambiará la ley para que la aberración segregacionista, que favorece sobre todo a colegios religiosos fundamentalistas, anclados en el pasado, sea pagada con dinero público.

Y lo curioso es que recurre para justificar sus delirios, sumergiéndose en el túnel del tiempo, a los años 60, cuando en España los ciudadanos eran súbditos sin derechos, y la mujeres para qué hablar, pues ni existían como sujetos de los derechos que, aunque los hombres tampoco los tenían, al menos figuraban en el papel. Era la época del catolicofascismo, donde todavía se fusilaba a los demócratas; y lo que era peor, ¡quedaban todavía muchos por fusilar! Y las cárceles estaban llenas de presos políticos. 

Era la época en que a la Santa Madre Iglesia le preocupaban más los diez centímetros de falda de las mujeres, y hasta de las niñas; los escotes pecaminosos y los incipientes bikinis de las turistas extrajeras que empezaban a llegar, que contaminaban a nuestras "puras" beatas tan "protegidas" por los "decretos" episcopales; cuando les preocupaba más todos los peligros modernos que las penas de muerte y las torturas en las comisarías; y más que el hambre que arrasaba todavía en muchas zonas de España, ¡más de veinte años después de que dijeran que la guerra se había acabado!

La normalización en la enseñanza que supuso en su día que tanto niños como niñas fueran a las mismas aulas–como lo están en la sociedad–, es una conquista de todos y de la razón contra el fundamentalismo y el fanatismo de los que siempre han mantenido a la sociedad idiotizada. 

Es posible que el Señor Wert, ignore todo esto, y en sus beatífica sumisión crea que la separación de sexos en las aulas es lo mejor, como entonces decían que lo era, los vigilantes de nuestra moral–a los que nadie les pidió tal vigilancia–, y que a él le guste tal segregación de sexos. Y está en su derecho... si no fuera ministro. 

Lo que el Tribunal Supremo no impide que así sea para aquellos que lo deseen. Lo que dicho Tribunal dice–repitámoslo–, con toda la lógica, es que  sea subvencionado con dinero público. Y el señor Wert, desde el privilegio, que no servicio al ciudadano, que le otorga poder imponernos su cavernícolas criterios ideológicos  trasnochados, está dispuesto–dice–a cambiar la ley para que lo que no le gusta de la sentencia, cambiarlo, para favorecer los puntos de vista de los colegios religiosos. 

Cuando creíamos que España había avanzado algo, contra el atraso secular, resulta que regresamos por el túnel del tiempo de la ideología reaccionaria del señor Wert, al nacionalcatolicismo de tan triste memoria y sufrimiento para los españoles.

U. Plaza