miércoles, 16 de noviembre de 2011

¿DEMOCRACIA? ¿QUÉ DEMOCRACIA? y (VII)

Seguramente una de las mayores aberraciones cometidas en la transacción desde la dictadura a la partitocracia de hoy, fue el haber hecho un pacto tácito entre los actores de aquella obra maestra de distracción, para olvidar nuestro reciente pasado. No pongo en duda que hubo motivos en aquellos momentos, si más no, para aplazar ciertas cuestiones que pudieran ser ásperas y de difícil acomodo, cuando lo que se suponía que de lo que se trataba era de consolidar un Estado que rompiera con la dictadura y avanzar hacia la democracia; toda vez que el régimen no fue derrocado, y fue él, sus dirigentes conversos a la democracia en los últimos minutos,  quien marcó la pauta del cambio que hizo, obviamente a sus gusto, para que no cambiara  nada en lo fundamental del poder oligárquico, y de todos aquellos que se habían beneficiado de la larga dictadura; sobre todo porque los guardianes de la misma, el ejército franquista, la Iglesia y las fuerzas represivas muy implicadas en acallar cualquier protesta, como principales soportes a lo que el franquismo representaba, harían todo lo posible para no hacerlo viable.

Pero una vez pasado el tiempo, todos aquellos, los políticos que iban llegando de renuevo, aunque endogámicos, porque no se movía nada que no estuviera bajo control, vieron las ventajas que les reportaba el disfrute de las prebendas y sueldos la situación establecida, con los que muchos, ni siquiera en sus mejores desvaríos oníricos habían pensado. Y parece que consideraron que la mejor manera de  eternizar los privilegios era manteniendo a los ciudadanos en la más absoluta de las ignorancias en cuanto a su pasado reciente. Era mejor no meneallo para que la gente no se hiciera preguntas. Sobre el pasado dictatorial y también sobre el pasado más reciente que nos ha llevado al presente caótico de castas políticas, y por ende, de injusticia, del que no son ajenos los que, gobernando, no lo hicieron o impidieron en toda si dimensión. 


No les corría ninguna prisa que las jóvenes generaciones pudieran conocer de forma clara lo que había pasado en España en el último medio siglo, entonces, ahora ya transcurridos más de ochenta años. Y nada  realmente efectivo se hizo para que  en las escuelas, ya desde primaria, en los institutos, ni siquiera en las universidades, con el suficiente análisis que permitiera a la juventud conocer todo lo que necesariamente, tarde o temprano se vería en la necesidad de preguntarse. 


Sólo aquellos jóvenes que por tradición familiar, porque habían participado en la lucha antifranquista, conocieron parte de la historia, naturalmente muy limitada, y por qué no, sesgada. La mayoría la desconoce todavía. Y salvo aquellos que se sumergieron en lecturas posteriores a las docentes, y que fueron descubriendo todo o parte de lo que les habían ocultado, vivió su infancia y su adolescencia con una reciente página de su pasado en blanco, que nadie institucionalmente quería rellenar. Pero que sin ello, sin un completo estudio histórico en los sistemas de enseñanza, no se podrá cerrar un negro capítulo de España. Una vez rellenada, y leída esa página, podremos mirar adelante sin más. 

Incluso aquellos que entonces, siendo jóvenes y que participaron en las luchas en el tardo franquismo, ante el panorama desolador que propiciaban los que se había aupado al poder, pero  que nada tenía que ver con las ilusiones que les había llevado a involucrarse en la lucha, consideraron que la batalla la habían perdido estrepitosamente; que las clases populares habían sido derrotadas una vez más, y que a esta derrota habían contribuido los que se suponía eran de los suyos, aunque,  bastara un pequeño análisis biográfico para convencerse de todo lo contrario. 

Para entenderlo basta saber que de los 33 años  que van desde la aprobación de la Constitución en 1978 hasta hoy, cerca de 22 han gobernado los que, en principio, debieran haber sido los más interesados en recuperar la memoria, en explicarle a los ciudadanos nuestro reciente pasado, de forma desapasionada y sin falsear, tarea de la que se encargo extensamente la dictadura. 


Estaban en las mejores condiciones, una vez conjurado el temor de la involución, para haber llevado a fondo, sin sectarismo de ninguna clase, todo el conocimiento de lo que representó la República en el terreno cultural y modernización de las estructuras sociales, en mucha zonas, medievales; también sus carencias y errores, por supuesto. Así cómo los motivos que llevaron a las castas ancladas en un pasado colonial ya inexistente, con la Iglesia y las fuerzas más reaccionarias y privilegiadas como principal soporte, a dar un golpe de Estado, que sumió a España en un régimen de terror e ignorancia.

Era el momento para explicar, sin apasionamiento, con toda la información que los historiadores, y la memoria viva que todavía muchos tenían, todo lo acontecido tras el golpe de Estado y los acontecimientos que hubo en todos y cada uno de los lugares de España. Y, sin lugar a dudas lo que representó la dictadura de la oligarquía durante cerca de cuatro décadas.


La Historia debe ser contada y conocida por las nuevas generaciones tal como ocurrieron los acontecimientos, sin manipulación; con sus heroicidades y sus miserias, única manera de cerrar las páginas de nuestra historia, que no lo hará mientras todo no se haya situado en el lugar que le corresponda. 

La dictadura, su crímenes y todas sus injusticias es la gran desconocida de las jóvenes generaciones. Y  lo peor que se ha hecho ha sido convertirla en un tabú, pensando que de esa manera todo sería más fácil de manejar. Los pueblos europeos que pasaron por situaciones de dominación fascista, bien pronto supieron abordar los temas, por espinosos que fueran, y en un análisis colectivo, con la historia clara de todos los acontecimientos, decidieron mirar hacia adelante, sin resquemores ni  reproches del pasado. Nosotros hemos hecho todo lo contrario; y sin ninguna duda es una rémora, un lastre, del que debiéramos habernos desprendido. Hasta tenemos una Academia de la Historia, que la falsea al estilo franquista, que elogia al dictador, para vergüenza de los responsables políticos, y humillación de todos aquellos asesinados en las cunetas y tapias de los cementerios, que por cierto siguen la mayoría de ellos, sin contar con el apoyo oficial para sus familiares les den sepultura con el respeto merecido, ya que fueron asesinados por defender la legalidad democrática. Nada de eso parece preocupar a nuestros gobernantes. 






U. Plaza