Nunca hubo dudas de que la derecha más impresentable en Cataluña–lo dijo Anguita en su día, y el entonces secretario general del PSUC, Ribó, ya en vía de ser asesinado el partido, fue e pedirle disculpas a patrone Pujol–la componía CiU. Y que toda aquella puesta en escena del mediocre Artur Más, con notario incluido, sólo era más de lo mismo, el engaño para incautos, que se siguen creyendo que el invento del banquero Pujol tenga algo que ver con la tan manida defensa de Catalunya, y no, como es en realidad, los intereses de clase, los negocios, y que utiliza la buena fe de la gente, políticamente. Y para defenderlos no les importan quiénes son su aliados, y que duda cabe que los principales son los del PP. No de forma coyuntural, sino natural. Lo coyuntural, lo engañoso era el disimulo anterior.
Aquellos que desconocen la génesis de la política catalana, pueden creer que en nuestra tierra hay partidos diferentes en el sentido clásico–y lógico– de la función que deben jugar, y los interese que deben defender. Es decir, a la parte de la sociedad que dicen representar.
Sin embargo, como en más de una ocasión hemos podido comprobar, todos los partidos mienten. Y lo hacen con descaro o con disimulo, depende de las circuantancias. Y se les cae la careta en cuanto hay un acontecimiento que ellos consideran de país. Cuando eso sucede queda meridianamente claro, que en la práctica sólo hay un partido, con alguna variante, más para perpetuar la mentira entre sus adictos y salvaguardar sus prebendas, que por discrepancias ciertas.
Lo hemos visto tantas veces que ya aburre repetirlo, porque todos los partidos catalanes se resumen en uno: todos responden a los mismos intereses patrioteros, de clase–la burguesa–, y cuando ven que estos están en peligro, según su particular criterio, hacen piña para defenderlos, sin que entonces les separe la supuesta razón de su existencia como partidos diferentes. La última vez fue cuando todos, sin el menor rubor, se pusieron a lado del gobierno por los sucesos del Parlament, por una minoría, en lugar de hacerlo del lado de los indignados, que eran miles. Se pusieron a lado del gobierno que había abusado de sus prerrogativas apaleando a pacíficos ciudadanos, además de ser los responsables del mayor genocidio social, el mayor saqueo del patrimonio público jamás conocido en tiempos modernos. En sus genes puede más la vena patriotera, por reaccionaria que sea, que la defensa de los intereses populares a los que dicen representar y cuyos votos les permite seguir disfrutando de sus prebendas, que por nada del mundo abandonan, ni tan siquiera un rato, para situarse junto a los ciudadanos que hacen lo que ellos debieran hacer: denunciar, sin tanto caramelo y chalaneo, el saqueo de la Sanidad y la Enseñanza públicas.
En eso consiste la política catalana: en ser todos los partidos iguales, pero aparecer como diferentes para copar el electorado en todo su abanico. Unos diciendo que defienden a las clases medias; otros a los trabajadores. Pero en realidad, todos defiende SU Catalunya, la que les permite perpetuarse. Para lo cual–discrepancias de guante blanco, de cara a la galería–no dudan en hacerse favores mutuos.
Lo hemos visto tantas veces que ya aburre repetirlo, porque todos los partidos catalanes se resumen en uno: todos responden a los mismos intereses patrioteros, de clase–la burguesa–, y cuando ven que estos están en peligro, según su particular criterio, hacen piña para defenderlos, sin que entonces les separe la supuesta razón de su existencia como partidos diferentes. La última vez fue cuando todos, sin el menor rubor, se pusieron a lado del gobierno por los sucesos del Parlament, por una minoría, en lugar de hacerlo del lado de los indignados, que eran miles. Se pusieron a lado del gobierno que había abusado de sus prerrogativas apaleando a pacíficos ciudadanos, además de ser los responsables del mayor genocidio social, el mayor saqueo del patrimonio público jamás conocido en tiempos modernos. En sus genes puede más la vena patriotera, por reaccionaria que sea, que la defensa de los intereses populares a los que dicen representar y cuyos votos les permite seguir disfrutando de sus prebendas, que por nada del mundo abandonan, ni tan siquiera un rato, para situarse junto a los ciudadanos que hacen lo que ellos debieran hacer: denunciar, sin tanto caramelo y chalaneo, el saqueo de la Sanidad y la Enseñanza públicas.
En eso consiste la política catalana: en ser todos los partidos iguales, pero aparecer como diferentes para copar el electorado en todo su abanico. Unos diciendo que defienden a las clases medias; otros a los trabajadores. Pero en realidad, todos defiende SU Catalunya, la que les permite perpetuarse. Para lo cual–discrepancias de guante blanco, de cara a la galería–no dudan en hacerse favores mutuos.
Hoy, lo que toca ahora es el pacto con el PP, como ayer tocaba el pacto del Tinell, pero todo no es más que una variante, otro acto de la misma comedia.
U. Plaza
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