Como cada año cuando llega el 8 de marzo, en todas partes se hace mención del día Internacional de la Mujer Trabajadora. Pero como cada año hay que lamentarse de lo mismo: que la mujer está discriminada. Evidentemente hay muchas razones que son de pura educación; que hace falta el cambio de mentalidad de la sociedad, aunque hayamos avanzado sustancialmente en los últimos años.
Es evidente que la sociedad ha cambiado y hoy no se pueden tener las mismas orientaciones sociales que se tenían anteriormente, en parte por la pérdida de influencia de la Iglesia en su sumisión. La mujer se ha ido incorporando a la vida laboral de forma paulatina, pero esto no la ha descargado –en particular a las obreras– de las labores que ejercen en sus casas; muy al contrario. Ha supuesto una carga añadida a la jornada en los puestos de trabajo.
Sin duda hay muchas cosas que han cambiado en la sociedad, una de ellas es la concepción que de la pareja se tenía. El matrimonio es una institución burguesa y caduca. Y tal como la concebíamos hasta ahora carece de sentido. Y las relaciones laborales son las que determinan qué tipo de sociedad existe en cada momento. El matrimonio está en crisis porque la sociedad va mucho más allá que las arcaicas formas heredadas, alimentadas por una sociedad atávica y patriarcal, de la que la Iglesia es una de las mayores responsables, siempre dispuesta a poner trabas al progreso afianzando la desigualdad que le ha permitido a esa Institución reaccionaria, mantener sus privilegios. Si hace años las mujeres apenas accedían al trabajo, y no digamos a la enseñanza universitaria, hoy son mayoría en las universidades. Pero es que además alcanzan capacidades muchas veces superiores a las de sus compañeros masculinos. Pues bien, a pesar de ello las mujeres ganan un 27 % menos que los hombre, realizando el mismo trabajo. A parte de que en los principales puestos de responsabilidad de las grandes corporaciones, industrias o instituciones, están en franca minoría. La mujer en esta sociedad, no sólo ha de demostrar su valía profesionalmente, sino que ha de estar muy por encima para que su trabajo sea valorado como debe. Tiene que demostrar la evidencia; lo que muchas veces en un hombre se da por sabido.
Pero esto, por muchas vueltas que se le den, no tiene solución en una sociedad desigual. Una sociedad en la que los únicos valores son las ganancias, la rentabilidad, la plusvalía que los poseedores de los medios de producción han de sacar del trabajo. Al empresario le puede interesar una buena trabajadora por el rendimiento que le dará, pero siempre aparecerán los problemas de los posibles, y sobre todo necesarios, embarazos, que molestarán a las ganancias del empresario. Así que auque no se confiese, la realidad es que procurarán emplear hombres antes que mujeres, como si el hecho de que una mujer se quede embarazada sea una maldición y no una necesidad social, que debemos asumir todos, la sociedad en su conjunto. Por lo tanto no hay que extrañarse de que el paro femenino duplique al masculino; y que cuando las crisis sin solución, de la sociedad desigual e injusta, sea la mujer la primera víctima.
Esto sólo tendrá solución en una sociedad que de ninguna manera puede estar marcada por los intereses particulares de las grandes buitres de las finanzas y sus acólitos. Una sociedad en la que los medios de producción fundamentales sean mayoritariamente públicos; y la mujer, cuando esté embarazada, esté cumpliendo la mejor labor social que un ser humano puede hacer: traer otro ser humano al mundo, sin que ello merme en absoluto su realización como trabajadora, como profesional, como mujer y como ser humano; y sin que el niño quede sin el amparo necesario mientras está trabajando, con lo angustioso que eso representa para una madre.
Todo lo demás son cantos de sirena. Todas las reivindicaciones en esta sociedad, están bien, pero no serán más que parches para sostener el sistema brutalmente desigual. Sólo con la lucha colectiva de todos –hombres y mujeres– se logrará acabar no sólo con la discriminación de la mujer, sino con la discriminación de clase, que es la que trae todas las demás. Una mujer rica no tiene problemas, el 8 de marzo no va con ella. Las luchas individuales de las llamadas feministas, siempre serán luchas testimoniales, y que adolecen de sectarismo y en definitiva aisladas, y que no llegan al fondo de la cuestión. Cosa que al capitalismo y a sus mercenarios del sistema les va bien. Sus iras se desvían hacia otra parte, no hacia los verdaderos culpables. La participación de la mujer junto al hombre en la lucha general por la igualdad, es la única vía. Además hará que los hombres se conciencien de que la lucha de la mujer por su libertad es parte integrante de la lucha general contra todas las desigualdades. Es tarea de todos. Sólo cuando una mujer no dependa del salario de marido, cuando los hijos no sean una carga económica, cuando pueda desarrollar sus cualidades íntegramente sin trabas, se establecerán las bases para la igualdad en todos los sentidos. Esta sociedad intrínsicamente injusta, por su naturaleza, lleva la desigualdad en su seno.
Recordar el 8 de marzo debe servir a todos –hombres y mujeres– para entender de dónde viene el problema. No son los hombre los enemigos de las mujeres, son la estructuras sociales que hacen que eso sea así. Eso no es óbice para que se pongan todos los medios para evitar la catarata de asesinatos y de malos tratos a las mujeres, que justamente por esa situación social que padecemos, hace que se sientan indefensas ante energúmenos con los que se ven en la necesidad de convivir. Lo mejor que debe pasar es que el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se logre dejar atrás y no haya que recordar, año tras año, que los problemas persisten.
U. Plaza
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