La fauna política suele tener una facilidad verbal para largar por sus boquitas que dejan estupefacto al ciudadano que los sufre, ante tanta desproporción en sus comparaciones. Lo pueden hacer en un sentido o en el contrario; elevando hasta el infinito sus supuestos logros para vendernos excelencias, o para descalificar. Todo les sirve si creen que con eso pueden sacar tajada.
Es lo que ha pasado en los últimos días con tres personajes relevante de las tribus de la selva política. Hace unos días el que fuera segundo ejecutor–y en términos políticos así fue como saben algunos de sus conmilitones de entonces– del PP, Álvarez Cascos, se alzaba descalificando hasta personalmente a los dirigentes porque éstos no accedieron a sus deseos de ser candidato a la presidencia de Asturias.
Otro personaje, también del partido de la derecha, el cavernícola alcalde de Valladolid, cuyo nombre es preferible olvidar, volvía por sus fueros, al parecer naturales en él tras la vomitada hedionda sobre la ministra de Sanidad. Exabrupto que no hubiera hecho de tratarse de un hombre, de un ministro. Comparó el comentario de la misma ministra, que había dicho que el ciudadanos tiene derecho a denunciar el incumplimiento de la ley del tabaco, como cualquier otra ley que se incumpla, no que incitara a la delación, con el Holocausto nazi. Recurriendo al poema de Martin Niemoller, que se ha atribuido Bertolt Brecht, tan conocido; como si a éste personaje de la caverna le importaran algo los comunistas y socialista y tantos otros ciudadanos que fueron asesinados, no ya por los nazis, sino por el bandidos del franquismo en las cunetas por sus matones, o en simulacros de juicios. Un despropósito.
Y ahora aparece Antonio Asunción, del partido socialista. Lo único que el ciudadano tiene en la memoria sobre el que fuera ministro del Interior, en aquellos años negros del trinque, fue su dimisión, que muchos consideramos ética en una selva de corrupción. La mayoría desconocemos otros pormenores de su trayectoria desde entonces. Es posible que hayan habido contra él en su partido algunas injusticias, caza de brujas o marginación intencionada. Tosdos sabemos que los partidos son cualquier cosa menos un lugar donde se discute con razonamiento, más bien todo lo contrario. El relucir de las navajas suele ser la norma cuando hay intereses contrapuestos. Pero que el señor Asunción compare todo eso, incluso aceptando que tenga razón en lo del pucherazo, con las purgas estalinistas, es un despropósito. Porque, o el exministro es un perfecto ignorante al respecto, lo que no es creíble, porque cualquier personan medianamente informada conoce de los horrores del estalinismo, o hay en sus palabras toneladas de mala fe, lo que no dice nada bueno de él. Un despropósito.
Porque comparar las peleas de antropófagos políticos, por muchas bajas que cause –sobre todo en cuanto intereses personales no siempre confesados ni confesables– con los crímenes del dictador georgiano, causante no sólo de sus crímenes, sino de lo que tras aquellos polvos vinieran después estos lodos, son ganas de confundir y de tomarnos por idiotas a los ciudadanos, y utilizarnos como instrumento para justificar sus ambiciones.
Lo que se deduce de todo este despropósito es la necesidad que hay de llevar la democracia a los partidos que brilla por su ausencia. Y sobre todo de que nadie de los grandes partidos está interesado en que así sea. Les va bien a ellos, aunque el país cada día los vea como el gran problema, cuando se supone debieran ser la solución.
U. Plaza
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