EL ESPERPENTO |
Sabido es por la mayoría de los ciudadanos el grado de desprestigio alcanzado por los políticos. Hasta el extremo de que son considerados en lugar de entes para solucionar los problemas de la gente, un problema en sí mismos, de los más graves de los que padecemos los españoles. ¿Alguien cree que ante tanta evidencia en disparates intentan, aunque sea por puro disimulo, enmendase? Ni mucho menos, se aman así mismos demasiado para caer en la cuenta de que semejante narcisismo es disparatado. Y a cada momento dan un paso más, elevan el listón y se superan así mismos en los disparates de tratar de ahondar más las distancias entre el ciudadano que los padece y los paga y sus señorías.
Ayer nos dieron una muestra más de su onanismo en el Senado, esa cámara inútil, que sólo sirve como cementerio de elefantes de políticos ya pasados de tiempo, pero que hay que seguir manteniendo o para otros absolutamente desconocidos, que nadie sabe para qué están, salvo para cobrar, y que mejor harían retirándose a sus casas para ahorrar del presupuesto.
Muy en su papel, ayer montaron otro circo, haciendo el mayor de los ridículos, con las traducciones simultáneas a las otras lengua regionales, conociendo como todo el mundo sabe, todos los senadores el castellano.
Ayer nos convertimos los españoles en el hazmerreír de cualquier observador ante el esperpento de espectáculo que representan los que debieran poner cordura a la cosa pública y no elevar el nivel circense de la política, ya saturada de numeritos y dar soluciones a los problemas y no crearlos.
La mera representación de la charlotada, en el sentido más descabellado y literal del término de ayer, ya sería motivo de chanza para el ciudadano norman y con sentido común; pero es que además de hacer el ridículo más descabellado y contrario al sentido común, es que muy en su línea ya habitual, de no importarles gastar nuestro dinero, cada una de las representaciones circenses de sus caprichos, nos cuesta unos doce mil euros por día o sesión. Que teniendo en cuenta la situación por la que cientos de miles de ciudadanos están pasando en estos momentos, es para tener un poco de moderación, si cupiera eso en sus cabezas. Doce mil euros (12.000) es mucho más de lo que ganan al año la mayoría de los que tienen la suerte de tener trabajo. Nada que añadir de todos aquellos que hace tiempo lo perdieron y cobran una pensión de mera subsistencia; y qué decir del millón largo que no cobrarán nada dentro de un mes por la retirada de los 460 euros en febrero, o los que ya hoy no cobran un céntimo y son echados a la calle de sus casas por no poder pagar sus hipotecas, tarea de los banqueros que cada año se reparten mayores beneficios. Con lo queda demostrado, una vez más, que la miseria de la mayoría es el mejor filón de unos pocos.
Todo este circo de desocupados señoritos bien alimentados, lo montan con ese gasto inútil de las traducciones simultáneas, al mismo tiempo que, sin el menor rubor, blindan sus propias pensiones y sus sueldos de escándalo, con cotizaciones con 7 ó 10 años de ejercicio, mientras de forma paralela insisten en sus agresiones a las clases populares, imponiéndoles la base de cotización a los 67 años, o 41 de trabajo, que por el camino que vamos será difícil que nadie pueda llegar a ellos.
El despróposito y la desvergüenza es de tal calado que debiera hacer tronar en sus oídos el clamor ciudadano y para que dieran marcha atrás en el escándalo. Pero hacen todo lo contrario. Sabemos que, pase lo que pase, se hunda lo que se hunda, en España no hay manera de que se pongan de acuerdo los partidos para aunar esfuerzos para solucionar los problemas. Cada uno va a los suyo. Si son los partidos mayoritarios, sólo tienen puesta la vista en ver la forma de ganar adeptos para mantenerse en el poder los unos, o acceder al mismo los otros, aunque eso suponga el desastre para todos como estamos viendo. Si son los partidos regionales–sobre todo la derecha tramontana y desfasada de CiU y PNV, pero también Coalición Canaria, sólo echan una mano si previamente han sido llenados sus cazos y son recompensados en sus particulares intereses de partidos más que de distribución de rentas.
Ah, pero eso sí, que a nadie le quepa la menor duda de que no habrá pega ni nadie pondrá obstáculos a la hora de ponerse de acuerdo para determinar sus propios privilegios, sueldos y beneficios de jubilaciones. Como de hecho acabamos de ver hace pocos días, por las declaraciones hechas al respecto, de que no piensan rectificar esos privilegios, como respuesta a las numerosas críticas por semejante agravio comparativo caciquil de la casta política, contra los ciudadanos.
Lo de la traducción simultánea de ayer a 12.000 euros por día y por sesión, debiera hacer pensar a los ciudadanos sobre el grado y la calidad de la democracia que dicen que disfrutamos, y de quiénes son los verdaderos beneficiarios, que no son otros que las grandes fortunas, y sus servidores, los políticos más relevantes, que a su vez no les importa al parecer, el desprestigio alcanzado, y va a más, y la constante berlusconización del poder, en sus puestas en escena. La urgencia de una respuesta democrática ciudadana, la catarsis de la vida pública, es más necesaria que nunca ante la imposibilidad de que la actual casta política sea capaz de regenerarla y ni de regenerarse a sí misma, ya en el disparadero del disparate. Es urgente jubilar a los que creen que son los ciudadanos los que están a su servicio y no al revés.
U. Plaza
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