Hace 35 años del día en que aquel bandido-dictador pasó, de vivir en el Pardo, al Noveno Círculo del infierno, tras casi cuarenta años de muerte, cárceles, torturas, exilio; rezos y establecimiento de la superstición contra la razón.
Parece mucho tiempo, y lo es, sin duda para la vida de las personas. Pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que durante todo este tiempo de ciertas libertades políticas, que no democracia, no confundamos. Y que habiendo gobernado veinte años, de los 32 desde la Constitución, el reinventado partido socialista, desaparecido durante los cuarenta de dictadura, salvo horosísismas excepciones, todavía se percive la siniestra mano de tan sangriento personaje. Muchas de las cosas que impuso siguen v¡gentes. En España, dígase lo que se diga seguimos tutelados desde el infierno por sus decisiones; no sólo porque impuso a su sucesor, contra toda lógica democrática, que dice que todos los cargos han de ser electos, sino porque muchas de las decisiones que tomó, se siguen aplicando al pie de la letra, para nuestra vergüenza y sobre todo para la del partido del Gobierno, que se dice, para mayor escarnio, socialista.
Sigue la supremacía de la Iglesia católica y su jefe sigue amonestándonos, porque la sociedad quiere avanzar y no seguir en la Edad Media, que fue adonde nos trasporto el golpe de Estado del bandido y sus pistoleros. Pero además, seguimos regalándole a la misma Iglesia que apoyó a la dictadura, que paseó bajo palio al dictador y bendijo sus crímenes, más dinero que nunca–unos 6.000 millones de euros al año–, utilizados, parte de ellos, para atacar las decisiones de la sociedad civil, sin el menor respeto por ella.
Y seguimos sin una ley de Liberad Religiosa, que haga del nuestro un país libre de tutelas vaticanas, a lo que se ha prestado, otra vez, el gobierno socialista.
Y seguimos con una Ley de Memoria Histórica, raquítica sin que el Estado devuelva la dignidad a los asesinados, por defender la libertad y la legalidad democrática contra los felones que la traicionaron y que acabaron con ella; y siguen siendo los familiares de los asesinados, y no el gobierno, quien se cuida, con toneladas de voluntarismo, de buscar, desenterrar y clasificar a los asesinados en las cunetas, para darle la sepultura como se merecen.
Y sigue siendo posible que a un juez que ha querido hacerlo, utilizando la ley, la justicia y el sentido común, que otros jueces que debieran haber sido depurados por la democracia, con la vista puesta en aquel miserable traidor, que los dioses confundan, los que lo impiden; y lo hagan sin que los que tienen que hacer las leyes, el Parlamento, legisle para impedir que semejante esperpento se sigan produciendo. Que mientras en todos los países donde se señorearon dictaduras, el elogio a las mismas esté penado, mientras aquí se admita que se conviertan en víctimas los herederos del dictador.
Han pasado 35 años de su muerte, pero queda mucho que andar para que España sea una democracia, más allá de depositar una papeleta a la endogámica partitocracia, y deje de tener su sombra siniestra sobre los españoles, por falta evidente de voluntad política. Mientras esa situación no se dé, la democracia no se podrá alcanzar. Y por el camino que vamos, es todo lo contrario lo que se percibe. El faraónico monumento de Cuelga Muros, debiera ya ser a estas alturas un recordatorio y museo de los horrores. Y, si no, su demolición simplemente. No es posible que siga siendo refugio de un clero que sigue haciéndole homenajes al dictador muerto sin que el gobierno, insisito, supuestamente socialista, haga nada para evitarlo.
U. Plaza
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