Un artículo clarividente de José María Mena, jurista de reconocimiento internacional, publicado en el diario El País, es imprescindible para todo aquel que quiera entender el porqué de lo que pasa en el cacicato de la derecha nacionalista catalana. Porque en Cataluña todos son del mismos bando. Porque todos son de "los 400 que nos encontramos, siempre los mismos, en todas partes", según declaró el propio Millet. Y los que no lo son, ansían a poder mover la cola junto a ellos.
Los que han expoliado Cataluña in illo tempore, desde siempre. Porque daba –y da– lo mismo que quien mandara en España fueran unos u otros. Porque en Cataluña, todo son los mismos. Se llamen de centro, de derechas o de izquierdas. Todos van una. Ninguno quiere ser menos que el Mas patriotero; con un síndrome de Estocolmo de algunos, que sonroja y provoca vergüenza ajena. Esa es la desgracia de las clases populares catalanas, adormecidas por los que debieran defenderlas: que en Cataluña a los catalanes nos engañan todos. Todos, los "suyos" los "nuestros" que también son "suyos". En esencia, los mismos. Y disculpe el lector el trueque de palabras.
Nos expolian desde dentro. Y no pasa nada. Porque, como muy bien dice Mena, los presuntos delincuentes de esa casta, no tienen porque fugarse. Porque en ningún sitio se sentirán más protegidos que en el propio cacicato, donde el silencio es atronador, valga el oximorón, que no lo es tanto en a práctica política.
La burguesía, los que dicen ser nuestros, pero que son de los suyos –de sus negocios, como vemos con la sanidad pública y tantas otras fuentes de privatización–-. Los mismos que idiotizan a mucha gente, vendiéndoles que son patriotes, pero que viajan a paraísos fiscales, quizá por su maravillosas playas. La misma burguesía que en tiempos pasados decían que eran franquistas. Al menos le rendían homenaje al Caudillo para que siguiera garantizandoles sus enormes ganancias con represión, para que los trabajadores no interfirieran, con sus molestas reivindicaciones, en sus cuentas corrientes.
La burguesía, los que dicen ser nuestros, pero que son de los suyos –de sus negocios, como vemos con la sanidad pública y tantas otras fuentes de privatización–-. Los mismos que idiotizan a mucha gente, vendiéndoles que son patriotes, pero que viajan a paraísos fiscales, quizá por su maravillosas playas. La misma burguesía que en tiempos pasados decían que eran franquistas. Al menos le rendían homenaje al Caudillo para que siguiera garantizandoles sus enormes ganancias con represión, para que los trabajadores no interfirieran, con sus molestas reivindicaciones, en sus cuentas corrientes.
Ahora les es Mas rentable ser nacionalista, e incluso independentista, porque la derecha no tiene patria y cambia de insignia en función de la rentabilidad que promete la misma. Eso siempre ha sido así. Lo chocante, lo lamentable es que a ese proyecto de la derecha se sume la supuesta izquierda. La que la acompaña haciendo de coro y le ayuda a extender la niebla para que los ciudadanos no vean que los saquean–. Que lo saquean los "suyos", "su" burguesía patriotera. Le ayudan a los amos a que, como en el mito de La Caverna, persistan las sombras en la mente de gente que las cree realidades, para que aquella siga siendo esclava y no se desprenda de las cadenas.
Porque, como mínimo sería de esperar, de que tanto los iniciativos como los cupidos, debieran recordar si es que lo han sabido alguna vez, de que la única manera de combatir las injusticias y las desigualdades que impone la derecha, es recuperando –o asumiendo, según el caso–, la condición de clase de su lucha, la lucha de clases. No incorporándose como meros figurantes al circo de los que manejan la llama que produce las sombras ilusionantes que impiden rebelarse a los encadenados.
Cabría esperar que cada vez que alguno de los partidos que se dicen de izquierdas, en los escasos minutos que suelen otorgarles los amos del régimen para intervenir en el Parlament los utilizaran para denunciar, una vez y otra también, sin descanso, sin tregua, todo tipo de corrupciones. No jugando con las mismas cartas marcadas y siempre para ganar, de la derecha. Denuncias con nombres y apellidos por hechos que aparecen constantemente. Sin dejar que la opinión pública lo olvide por la manipulación mediática que controla el régimen de múltiples formas. Y no ofreciéndose a Mas como buenos edecanes al cacique, para ayudarle Mas en su proyecto, que nunca podrá ser el de las clases populares.
Y no debieran ir esos discursos–denuncia dirigidos a los que mandan, que están al cabo de la calle. Sino a los ciudadanos, para que se quiten la venda de los ojos y la niebla que los envuelve para que el proyecto de la derecha no triunfe. Y menos que lo haga con el apoyo patriotero de la supuesta izquierda, olvidando que si se colabora con la derecha, sea en lo que sea, se entra en su terreno y la izquierda desaparece como proyecto de cambio. Sea política o sindical.
Ubaldo Plaza
Enlace del artículo de José María Mena en El País
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