El escándalo que ha tenido lugar en Ponferrada por la elección de un alcalde del PSOE, con los votos de un delincuente, condenado por un delito repugnantes, es ni más ni menos un resumen de la degradación de la vida política y social, porque a este sujeto, después de todos los hechos lo han vuelto a votar un considerable número de ciudadanos, que se solidarizan con él, no con la víctima. Sin olvidar que mientras el delincuente se pasea plácidamente por toda la ciudad desafiante, mientras algunos de sus convecinos le ríen la gracia, la víctima, más víctima todavía ha tenido que marcharse de la ciudad porque, al parecer, mucha gente, como el propio fiscal trató de culpabilizarla a ella en el juicio, con un comportamiento barriobajero, paralelo al del acosador, lo que tuvo que corregirlo el juez, llamándole la atención; y la respuesta fue, que era su forma de hablar, es decir, su forma machista, propia de una discusión de taberna, no de un fiscal que representa a ministerio público que desea que se haga justicia.
Y es una degradación social, porque, igual que el la Comunidad Valenciana o en tantos otros sitios, que ante la evidencia de corrupción, son votados los responsables de tan situación reiteradamente.
Y la muestra de que no se tiene en cuanta la gravedad de los hechos, es que la dirección del partido socialista, a nivel local y comarcal, pero también nacional, avalaron semejante dislate. Pero hay Más: una vez varios cientos de militantes socialistas alertan de la barbaridad que se pretendía hacer, la dirección del partido–que había dado su consentimiento–, dice que han cometido un error y que rectifican. Y siendo muy generosos aceptando semejante explicación, lo que es una tomadura de pelo es que el secretario de Organización, Óscar López, asuma toda las responsabilidad, como inmolándose para salvar al jefe, y diga que ha presentado su dimisión y que..., mira por donde, no le ha sido aceptada.
Semejante broma o tomadura de pelo es ya insoportable por parte de los que debieran ser trasparentes. La falta de democracia en los partidos políticos permite estos encajes de bolillos, propios de un sainete. Porque cuando uno desea dimitir, dimite y basta. Y no hay fuerza que le impida hacerlo, salvo que lo estén apuntando con una pistola, que evidentemente no es el caso. Es menos deshonesto decir que no se dimite negándolo todo, por más evidencias que haya de sus tropelías–lo hacen todos los días como estamos viendo con los miembros del PP sobre el caso Bárcenas y tantos otros en el PSC y CiU–que decir que uno quiere dimitir, pero que no le dejan. Por este camino a nadie le ha de extrañar que la opinión que los ciudadanos tienen de la casta política esté cada día más por los suelos. Y la situación esté pidiendo a gritos la limpieza en todas las instituciones.
U. Plaza
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