Una de las cosas más esperpéntica es ver los carteles y promesas electorales de los candidatos y partidos que se han dado el batacazo, al día siguiente de las elecciones. Es evidente lo trasnochado que resulta.
Lo que se esperaba la misma noche de las elecciones es que los dirigentes de los partidos vapuleados presentaran la dimisión de inmediato. El aventurero Puigcercós, el mismo que dijo que Carod-Rovira no apareciera en la campaña porque le hacía perder votos, se ha aferrado al sillón sin el menor rubor. Pero eso no es importante ya que no deja de ser un partido de tribu residual.
Pero sí se esperaba que de forma contundente lo hiciera José Montilla. Entonces sólo anunció lo que en realidad ya había dicho antes de las elecciones, que no sería candidato en la siguiente legislatura, y que en el siguiente congreso del partido dejaría de ser el primer secretario del PSC.
Sin embargo, parece que se han agitado las aguas, ya bastante revueltas entre los barones del partido, que se mantenían a la expectativa y que pierden sus prebendas por el desastre. En pocas horas Montilla dice que no ocupará su encaño, y que se retira de la primera línea de la política; lo que se ha querido vender como un gesto de dignidad, y así lo proclaman los pesebristas de la prensa adicta, cuando la realidad es que en el PSC, como también en el PSOE, "están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo". Y que mientras se tenía el gobierno todo era calma; forzada, pero calma, porque quien tiene la llave del cajón de la alacena, quien garantiza los privilegios, no se puede cuestionar.
Siempre que el PSOE ha dado pasos o alianzas con los nacionalistas, ha acabado escaldado en mayor o menor grado. Así sucedió en el País Vasco, y así ha sucedido en Cataluña. Para entender por qué un gobierno que durante cuatro años–siete si contamos la legislatura anterior–teniendo todos los resortes que otorga el poder, no ha logrado ser reelegido, y además, obteniendo unos resultados tan catastróficos, es necesario entender que el PSC no ha controlado el aparato de agitación y propaganda, TV3, que dejó en manos del ala más impresentable y corrosiva del Tripartito, ERC, que se dedicó en cuerpo y alma a hacer de la televisión pública una televisión panfletaria del independentismo, como todos pudimos ver en la escandalosa cobertura que hizo a las mascaradas de referéndums independentistas, ilegales, que el PSC permitió contra toda lógica. También le ha pasado factura al señor Montilla la fuga hacia adelante de la convocatoria de una manifestación que por poco conocimiento que se tuviera del posible resultado, se sabía quiénes iban a ser los beneficiarios, como muy bien pudo comprobar Montilla, que en alguna medida se convirtió en una manifestación con tintes fascistoides, pero eso sí, nostres.
Si uno analiza lo que ha hecho el PSC bajo el punto de vista social, sin duda hay que decir que ha habido resultados positivos. Pero lo que ha llegado a la opinión pública han sido los disparates que sus socios, en particular ERC, han impuesto a la sociedad de forma caprichocha e innecesaria. Que con lo que estaba cayendo se dedicaran prohibiciones como las multas; los toros, cuando todo el mundo sabe que en Cataluña hay un sector muy importante de aficionados; y que en todo caso si ha de ser así, se extinguirán por sí solos; y que sin embargo se blinden al mismo tiempo els correbous, mostrando lo hipócrita de la medida, y la intencionalidad identitaria de la medida.
A la opinión pública no ha llegado las mejoras sustanciales de la seguridad ciudadana, o sanitarias; los institutos o escuelas o la extensa red de bibliotecas que hoy tiene Cataluña. El aumento de las carreteras y lograr que la mayoría de los pueblos, antes muy aislados, tenga unos mínimos aceptables de comunicación y de servicios, incluso muy elevados. Todo eso no se ha sabido llevar a los ciudadanos, y sólo ha llegado los disparates de sus socios como las innecesarias y carísimas embajaditas, para mayor gloria de los independentistas; y la exhibición de ricos de algunos máximos representantes, en sus coches oficiales, para satisfacer los delirios y megalomanías de los jefes de ERC, que son incontables desde el mismo momento en que accedieron al gobierno, sin que el PSC pusiera coto a tanto disparate.
Todo esto ha hecho que los ciudadanos vean en el Tripartido tres gobiernos, en el que cada un iba a lo suyo. Montilla, para poder mantenerse en el gobierno, dejaba hacer a sus descabellados socios todos los disparates que se les antojaba, por impopulares que fueran, quizá pensando que serían ellos los que pagarían al final, pero aunque se visualizaran tres gobiernos, el responsable de todo era para la gente el PSC. Sin olvidar que el sector del partido con la desastrosa política llevada a cabo por el nacionalista, Ernest Maragall en tema de enseñanza que puso a todo el colectivo de maestros en su contra. Y que el sector nacionalista también coincidía con muchos de los argumentos políticos de ERC o IC en materia identitaria.
También el PSOE tiene una gran parte de responsabilidad en el desastre, por la la falta de visión de un iluminado Zapatero, que hizo promesa absurdas sin darse cuanta de que el nacionalismo, per sé, es insaciable, ya que su objetivo nunca se completa y las reivindicaciones siempre están en el candelero. Y hasta tal punto funcionó el síndrome de Estocolmo, que hasta el charnego Montilla, se tornó converso al nacionalismo, siendo más papista que el Papa, y hasta más beato que Mas y Durán juntos, considerando el libro mitológico, Biblia, casi como su libro de cabecera, provocando una risotada sonora en el personal, cuando no un cabreo.
Ahora, todos los barones que durante este tiempo han guardado silencio, saltarán buscando culpables, sin mirarse al espejo. Pero lo que hay que temer es que en lugar de hacer una catarsis, el sector más reaccionario del PSC, la derecha nacionalista, agazapado, se haga con las riendas, pierdan las elecciones municipales, bastiones importantísimos del PSC, y dentro de cuatro años, sigamos con un partido socialista y catalanista, un partido de derechas, que es lo que en su esencia significa, queriendo los votos nacionalistas que van a CiU, y los de los obreros, con el resultado de que los nacionalistas no le votan y los obreros tampoco. Al menos no lo suficiente como para ganar las elecciones.
Y ya, en este desbarajuste de buscar culpable, se lanzarán a la yugular, como hemos visto al señor Iceta, poniendo el ventilador en marcha aireando y repartiendo responsabilidades, en este caso al PSOE, pero nunca llegando a la raíz del problema: que han de decidir si son un partido socialista, o socialdemócrata si quieren, o un partido nacionalista, con lo cual basta que llamen a la puerta de CDC, y dejen que el PSOE cree su partido en Cataluña para que los obreros del cinturón industrial no tengan que diferenciar cuándo son elecciones del PSC, las catalanas, o las del PSOE, las generales.
U. Plaza
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