Se dice que Estados Unidos es un país de contrastes. Y seguramente así debe ser. Y no solamente porque sea un país hecho con tantas étnica llegadas de todo el mundo, aunque también.
Estados Unidos tiene el mayor número de científicos y las mejores universidades; unas elites técnicas envidiables. A un tiempo tienen el mayor número de analfabetos funcionales del mundo; muchos de ellos son incapaces de ubicar en el mapa un país de Europa, incluido alguno de sus presidentes. Que gran parte de la población siga creyendo tantos años después de Darwin en el creacionismo, lo confirma, así como su absoluta creencia en que nos visitan platillos volantes, e incluso que en realidad los extraterrestres nos invadieron hace años.
Estados Unidos es un país de contrastes. En uno de los países más ricos del mundo, se puede morir un niño por falta de asistencia médica–como ha ocurrido–, porque no hay una sanidad universal propia de un país civilizado, y su padres no hayan podido suscribir una póliza que cubra tan eventualidad de que su hijo se ponga enfermo.
También que un ciudadanos sea retirado, como quien dice en canal, o minutos antes de ser intervenido, de la mesa de operaciones, porque a última hora, los representantes de esas mafias llamadas compañías aseguradoras, que lo único que aseguran son su cuantiosos beneficios, y caen en la cuenta que tal o cual cláusula no da derecho al asegurado para dicha operación, buscando cualquier subterfugio "de la letra pequeña", para que no sea atendido y ahorrarse así un montón de dinero, que es lo único que tiene importancia en ese, para algunos, democrático país.
Mientras tanto los hospitales y clínicas privadas atienden de maravilla a los que tienen dinero. Y a pesar de eso, en nuestro país proliferan los catetos miopes o interesados que siguen considerándolo una democracia, porque se permite que haya miles de armas circulando, y sea considerado semejante salvajada un derecho constitucional. No así la salud de sus ciudadanos, sin otra condición que ser un ser humano.
Estados Unidos es un país de contrastes. Se puede asesinar –legalmente con la pena de muerte, pero asesinato al fin y al cabo, aún más ruin todavía porque lo practica el Estado– a un menor de edad cuando cometió el delito por el que se le juzgo, quizá una década después; también se puede asesinar con los mismos criminales métodos a un deficiente mental o a una mujer de intelecto limitado, como ha ocurrido recientemente, sin que los salvajes que deciden, sean jueces o políticos, se hayan apiadado de ella. Al mismo tiempo se puede elegir a otro no menos deficiente mental, de instintos más criminales, como presidente de país, porque interesa a los negocios; incluso con el concurso del un Tribunal Supremo ultraconservador, con un pucherazo, si es preciso, como también sucedió.
De Estados Unidos se dice que es una democracia. En sus cárceles hay más de cuatro millones de presos. Curiosamente la inmensa mayoría de los mismos pertenecen a las minorías de negros chicanos y otras, en realidad los más pobres. Los ricos están, exentos de ese trato en un país que por razones obvias el dinero es lo importante. El sistema carcelario y de detención son medievales, bárbaros y humillantes para un ser civilizado. Una persona que no sea ni criminal ni peligrosa, es llevada a declarar ante los jueces cargada de cadenas en pies y manos, que recuerda a los galeotes. Sin embargo se atreven a dar lecciones de democracia. Y en España hay medios y sus lacayos que lo ponen como ejemplo, atendiendo a sus amos de la derecha.
Sin ninguna duda, Estados Unidos tiene muchos contrastes. Pero unos más que otros.
U. Plaza