miércoles, 15 de junio de 2011

A BONO SE LE DISPARAN LOS GENES

A José Bono se le han vuelto a disparar sus genes de hijo de falangista.  Este hombre pierde las formas cuando debiera callar, pero no lo puede evitar, es lo natural en él. Lo mismo iza una kilométrica bandera para exhibir su estúpido patrioterismo de nacionalista español, contra otros no menos estúpidos patrioterismos  nacionalistas  periféricos, para demostrar que él la tiene más grande;  que reprocha a un viejo republicano que ondee su bandera tricolor, por la que luchó defendiendo la libertad con, en un acto con años de retraso, que debiera haberse llevado a cabo  muchos años antes, de reconocimiento, a los que fueron masacrados por aquel golpe de Estado que acabó con la democracia. El señor Bono, sin duda es un ejemplar insólito, digno  seminarista trepista,  de la casta de privilegiados políticos. Y que se ve en la necesidad de expulsar de su cuerpo todas las culebras que va reteniendo, para seguir defendiendo sus privilegios.

Otra vez, como era previsible, el señor Bono nos ha dado una lección de intolerancia contra los que pagamos su abultado sueldo. Y lo ha hecho poniendo al día sus genes de hijo de falangista, engrasando sus instintos patrioteros de señor de orden del viejo régimen–ese orden que es un desorden para la mayoría– y ha pedido que actúen las fuerzas represivas–¿como en los mejores tiempos, señor Bono?–contra los ciudadanos indignados precisamente contra personajes como él, que representan lo que representa él,  contra el status que él defiende y que tan bien le va a los de su casta. Lo ha hecho contra el legitimo derecho de los ciudadanos a defenderse de  gente como él. 

Porque el señor Bono ha pedido que actúen las fuerzas represivas, esas que pagamos todos, en teoría  para que nos defiendan, contra los ciudadanos que protestan delante del parlamento de Cataluña, porque en ese lugar se estaba cometiendo el mayor genocidio social que se ha conocido tras la muerte del dictador, por CiU y sus recientes encamados amantes del PP, aunque todos sabíamos que mantenían relaciones incestuosas desde siempre, entre parientes ideológicos de la derecha más cavernícola  a la que ambas familias pertenecen, por más que en pujolandia  lo hayan querido disimular. 


Y al señor Bono le parece "intolerable" que se les diga a los políticos lo que se piensa de ellos y sus marrullerías golfantes; pero no que éstos ejecuten el mayor hachazo a los derechos de las clases populares; eso no le parece mal al señor Bono. Ni que la casta política  defiendan a los culpables de la crisis, a los bancos, como lo demostraron ayer en el pleno del Congreso, propiciando–su tribu y la del PP, pero con la abstención del partido-chantaje de CiU–que los ciudadanos desahuciados sean esclavizados con deudas de por vida, e incluso que la misma la tengan hasta sus nietos por la hipotecas.

Bono pide represión–él lo llama, repitámoslo, orden,–porque su genes reaccionarios no le permiten entender otra forma de hacer las cosas. Y seguramente es que no las hay, porque esas otras formas, las que piden los indignados, quebraría sus privilegios insultantes de casta. Así que se comprende a la legua, que el privilegiado Bono rechace métodos democráticos y pida métodos clásicos y contundentes, que son los que han utilizado siempre las viejas castas decadentes, incluso cuando estaban al borde del abismo, con pretensiones de permanencia,  de etenizar hasta donde sea posible, sus privilegios.

A estas alturas del desvarió de la casta de privilegiados políticos, no sabe uno que es peor: que este señor de la derecha profunda, de la España profunda de rezo, cirio y genuflexión ante los obispos, de olor a incienso,  esté militando en un partido que tiene el nombre de socialista; o que ese partido siga teniendo tal nombre; o, el por qué sus bases militantes, tan expoliadas como el resto de ciudadanos por sus dirigentes,  no se rebelan indignados, aunque algunos ya empiezan tímidamente ha indignarse. Se comprende que no lo hagan los caciques y caciquillos, que mal que bien tengan algún hueso que roer, pero  los honrados militantes de base debieran responder a las agresiones. 

Decía hace poco el polémico Antonio Romero, el que fuera diputado por Málaga por IU, ante una de las  ocurrencias del hijo del falangista, sobre Cayo Lara y la Cipriana–que Romero dice es la Tomasa– que todo en Bono era falso, hasta el pelo. Estoy bastante de acuerdo, porque a la vista está que de socialista nunca ha tenido nada, por lo tanto, falso; y me inclino a creer que por mucho exhibición de meapilas que enarbole, tampoco se ajusta a la verdad. Ya que seguiría los postulados de la Iglesia de Rouco, la más auténtica, la eterna, la del polaco y la del pastor alemán –por ejemplo la ley del aborto y el matrimonio homosexual–. Pero eso le costaría el cargo; y es evidente que prefiere el cargo aunque se condene al fuego eterno. Debe pensar que vale más cargo aquí que beneficios celestiales cada vez más dudosos en el más allá.  Todo es falso en este hombre, dice Antonio Romero. Menos sus genes, creo yo, de intolerante. Que, estudios genéticos quizá los exculpen, por ser eso, genética, la herencia. Uno no es culpable de sus genes, ni de los que desarrollan la intolerancia, aunque haya quien los emplee para seguir trepando o manteniéndose en la cúspide.

U. Plaza


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